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Guatemala: Envejecer en el campo

Martes, 15 de Noviembre de 2005
Envejecimiento y vejez


La economía de mercado y las influencias culturales externas dejan indefensos a los ancianos de las zonas rurales.

Gemma Gil
Publicación de Revista D.
Semanario de Prensa Libre Nº 64
25 de Septiembre de 2005

Se llama Venancia, es kaqchikel, viuda y octogenaria. "Ya estoy fea", dice coqueta cuando se le intenta hacer una foto. "Me gustaría ser joven, ahora y disfrutar de todos los adelantos. Antes había que ir a la capital a caballo, mandar un telegrama o una carta en vez de llamar por teléfono y moler el maíz a mano", afirma ante la atenta mirada de su nieta. Venancia vive cómodamente arropada por su familia, en Santa Cruz Balayá, Chimaltenango. Sin embargo, su situación es envidiable para mucha de la gente de su edad.

"Muchos de nuestros mayores viven en condiciones durísimas; hay pocos programas de ayuda y la pobreza y el abandono les empujan al suicidio por depresión", relata Héctor Montenegro, presidente de la Asociación Nacional de Personas de Tercera Edad Sin Cobertura Social.

En Guatemala, según el Informe de Desarrollo Humano 2004, la esperanza de vida es de 65 años, pero la gente que alcanza o supera tal edad, lo hace en unas condiciones de gran carestía. Tal como evidencian los datos del Instituto Nacional de Estadística, el 97.6% de las personas de la tercera edad son pobres. Al fin y al cabo, ¿quién quiere invertir en aquellos que no tienen futuro?

"La marginalidad del anciano se aprecia en los pocos programas de ayuda que hay especificamente para ellos, la mayoría de las organizaciones trabaja con los niños y las niñas", afirma el sociólogo Édgar Ruano, para quien el panorama es especialmente preocupante en el área rural.

En los últimos 20 años, el desarrollo de las vías de comunicación ha acercado el mundo del campo y la ciudad. Sin embargo, para los 202 mil 827 mayores de 65 años que, según las estadísticas del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), viven en el campo, el progreso del país no ha significado necesariamente una mejora de su calidad de vida. Más bien, al contrario.

"Antes el trabajo en su pequeña parcela les daba para sobrevivir, ahora la monetarización de la economía campesina les ha dejado inermes, porque también en el área rural se necesita dinero para subsistir. Son personas que no tienen ingresos y que, además, se ven empujados a la mendicidad porque las tierras son cada vez más escasas", explica Ruano.

El análisis teórico del sociólogo refleja fielmente la biografía de Ramón Cumez López. Toda una vida de jornalero a sus espaldas y a los 88 años su única opción es acudir, cada viernes , a pedir limosna a Sololá. Al menos, hasta que las piernas aguanten. "Cuando voy pedir trabajo ya no me quieren contratar. Me dicen: tú eres viejo", explica sentado en el cuartito que comparte con su esposa, María, en Santa Catarina Palopó. A ella, los años arrodilla da frente al telar de bordado le han dejado, prácticamente, inválida. No conocen el concepto de pensión de jubilación y no reciben más asistencia que la caridad pública y la ayuda de un nieto que les lleva tortillas para comer.

"¿Qué es eso del IGSS?"

Del casi medio millón de adultos mayores que viven en Guatemala, al menos 350 mil no reciben ningún tipo de cobertura social. Por eso, Montenegro está batallando para conseguir una pensión de Q500 mensuales para este sector. En opinión de este líder , "es un compromiso que se tiene que cumplir, porque el cuidado de la tercera edad es uno de los 12 compensadores para paliar los efectos negativos del Tratado de Libre Comercio".

Para que un colectivo de sólo 60 mil ancianos pueda recibir una pensión de la cuantía antes mencionada, la oficina del diputado Manuel Baldizón, del Partido de Avanzada Nacional (PAN), ha llegado a la conclusión de que sería necesario destinar a este rubro el 1.85% del Impuesto sobre el Valor Agregado. Un costo, que la clase política aún no ha decidido si puede ser asumido, ya que la Ley de Pensión Económica del Adulto Mayor aún no ha pasado por la tercera lectura en el Congreso.

Las reglas propias del juego político suenan muy lejanas en el campo, donde el nivel de analfabetismo es alto y las familias siguen siendo el colchón de protección para el anciano, incluso en los casos en los que el adulto mayor ha pagado al Instituto Guatemalteco de la Seguridad Social (IGSS).

"Hay gente que recibe pensiones de Q35 y muchos otros que han trabajado en fincas donde se hacen los tontos para no pagarles. Les descuentan el pago para el IGSS, pero no les inscriben nunca, por lo que no pueden reclamar su pensión", explica Mario Rodas, presidente de los Jubilados de Malacatán, San Marcos.

Lejos de allí, en la parte montañosa del departamento, María Guzmán Vázquez corta leña con un excelente sentido del humor. "No sé qué es eso del IGSS", responde en mam. "Sólo sé que antes podía trabajar para conseguir pisto y ahora no tengo nada", añade mientras se encoge de hombros. Cree haber alcanzado ya los 80 años, no entiende la televisión, nunca ha oído hablar de la internet y el celular es para ella un objeto extraño. Comparte hogar con su esposo y la familia de uno de sus hijos. Su San Marcos natal es junto a Alta Verapaz y Huehuetenango, el departamento con mayor cantidad de ancianos en áreas rurales. Tres regiones, con una mayoritaria presencia indígena.

El anciano indígena

"La sociedad se ha vuelto muy materialista, sólo interesa lo que proporciona dinero. Esa mentalidad no tiene en cuenta los valores morales, ni la experiencia acumulada por los mayores. No obstante, en el mundo indígena, hay más respeto porque en su cosmovisión el mundo no es solo material, sino que está dominado por fuerzas espirituales", explica el filósofo Antonio Gallo.

Las culturas autóctonas han sabido mantener, mucho mejor que la ladina, una posición de relevancia social para sus ancianos. Sin embargo, también ahí se están experimentando transformaciones. La propia María Guzmán, con su cara surcada de arrugas, lo confirma. Las nuevas generaciones ya no tienen respeto. "O no te saludan o te dicen un buenos días y buenas tardes", dice con una voz lánguida, imitando el tono de los jóvenes, mientras sus labios hacen una mueca de burla y su mano golpea el aire en señal de rechazo "Antes éramos más respetuosos", y como muestra de ello toma la mano de su nieto y se la lleva a la frente para mostrar cómo es un saludo tradicional.

La marcha de los jóvenes a trabajar lejos de sus comunidades ha provocado una ruptura en la transmisión de valores. Los adolescentes reconocen cada vez menos la autoridad del mayor.

Para Pascual Cuc, 40 años, hijo de un líder comunitario de Cantel, Quetzaltenango "el problema es que estamos degradando moralmente a nuestros ancianos. No los tomamos en cuenta y ellos empiezan a menospreciarse, sin recordar todo lo que nos han dado", afirma.

En este sentido, el politólogo Álvaro Pop señala que la transformación social se ha debido al conflicto bélico, que rompió las redes comunitarias, y a las emigraciones internas o a Estados Unidos. "Desde la dirigencia se está revalorizando la sabiduría de nuestros mayores, pero, en lo cotidiano se ha limitado su participación en la toma de decisiones ", explica.

La pérdida de importancia dentro del esquema social se plasma en el hecho de que el anciano indígena empieza a conocer el abandono. Hasta hace poco, no era común ver que una familia dejara a una abuela indígena en un asilo, pero la mayoría de las 25 personas de la tercera edad que viven en el Hogar Sor Herminia, en Santa Cruz del Quiché, pertenecen a alguna de las etnias prehispánicas. "Casi todos están solos porque no tienen a nadie o porque les han abandonado", explica la hermana Emiriam García, directora del centro.

Por su parte Basilio García, de 85 años, y residente en Comitancillo, San Marcos, lo tiene claro: "para asegurarse que a uno le van a cuidar nada mejor que condicionar la herencia", explica mientras recorre un angosto camino dibujado en la ladera, cargando un rastrojo de milpa.

La herencia, una tentación

Desde su cargo de defensora del adulto mayor, Ana María Escobar, de la Procuraduría de Derechos Humanos (PDH) está acostumbrada a ver casos extremos. En 2004, su oficina registró más de 400 casos, y eso, a pesar de que denunciar constituye casi una excepción.

Un estudio de esta oficina, realizado el año pasado en 12 departamentos, reveló que el 44% de los adultos mayores se confesaban víctimas de maltrato, pero que asumían dichos vejámenes como normal, porque son personas que crecieron en una "cultura del miedo y de desconfianza". Es decir, asumían como rutinarias las actitudes violentas.

En el área rural, una de las violaciones más frecuentes es la relacionada con el maltrato económico o patrimonial: hijos que, con engaño o por la fuerza, quitan las pensiones o las propiedades a sus padres.

"El año pasado llevamos el caso de un señor de Chiquimula que dio en herencia un terreno a su hijo, pero conservó su casa. Para acceder a su vivienda, el padre tenía que seguir un camino que atravesaba el terreno del hijo, así que éste cerró el paso con alambre de púas. Cuando el padre, lo cortó, colocó una montaña de troncos de madera para que su padre, de más de 90 años, no pudiera trepar", explica Escobar, quien apunta que la violencia es un círculo vicioso. Los hijos que, aquí y ahora, presencien como normal el abuso hacia sus abuelos, podrían repetir el esquema con sus padres. Por lo que conviene recordar que cada generación tiene la oportunidad de interrumpir el esquema. Al fin y al cabo, convertirse en anciano es sólo cuestión de tiempo.

Un grano de arena

Los esfuerzos desde el ámbito gubernamental han mejorado pero tienen un alcance limitado.

El Comité Nacional de Protección a la Vejez está elaborando una política gerontológica, que aspira a convertirse, en el futuro, en un compromiso de estado.

Entre tanto, oficinas como El Programa Nacional del Adulto Mayor (PRONAM) trabaja, según su presidenta, María Fernanda Ros de Castillo, con un presupuesto de un millón Q581 mil 580 al año para atender a los ancianos del país. Inoperante hasta hace un año, este programa de la Secretaría de Obras Sociales de la Esposa del Presidente cuenta con 31 comedores en 11 departamentos, que ofrecen el almuerzo a un promedio de 80 ancianos.

Por su parte, el Ministerio de Cultura ofrece actividades como baile, gimnasia rítmica o manualidades a cinco mil personas de la tercera edad, en 22 departamentos.

http://www.prensalibre.com/pl/domingo/archivo/revistad/2005/septiembre05/250905/dfondo.shtml