En México, a medida que las personas envejecen se van invisibilizando. Entre la infancia y la etapa adulta existen una serie de normas legales e instituciones para garantizar sus derechos, así sea como enunciados. "Pero cuando llegas a viejo, el libro se acabó. Las mujeres somos personas cuando nos estamos reproduciendo, pagamos impuestos o vamos a votar. Y lo mismo con los hombres: existen cuando contribuyen. Pero si el mercado de trabajo ve que estás mayor, te saca. Dejamos de ser vistos".
Producto de años de investigación, la doctora Verónica Montes de Oca, coordinadora del Seminario Universitario Interdisciplinario sobre Envejecimiento y Vejez de la UNAM, resume así el panorama que padecen los ancianos en el país. Y enseguida proclama: "el adulto mayor simplemente quiere ser reconocido porque es persona (y) no por ser el hijo, el esposo, el papá, o el abuelito de... No debe llevar sobre su espalda su historial familiar".
Para ello es requisito fundamental, indica, dejar atrás las políticas asistencialistas y las que consideran a la vejez una carga para los sistemas pensionarios y de salud, y los hace víctimas de maltrato y discriminación. Pasar al reconocimiento a sus derechos humanos desde el Estado, que éste "se responsabilice de ellos y no le deposite esa tarea a otros actores de la sociedad, por más buenas personas que sean. Debe ser una labor institucional".
En el Instituto Nacional de Geriatría, donde se trabaja de manera multidisciplinaria, Teresa Álvarez Cisneros reivindica: "el adulto mayor es una persona con derechos y autónoma. A veces los médicos nos enfrentamos a una infantilización social y familiar del anciano. Se le considera incapaz de tomar decisiones y con frecuencia no se respetan sus deseos. Y como generalmente son los familiares quienes incurren en tales conductas, no tiene las herramientas (para defenderse) o no habla porque tiene miedo".
Ambas definen al envejecimiento como un proceso individual que ocupa diferentes tiempos para cada persona. Y en México viven esa etapa de vida cerca de 13 millones.
"Cómo vas a envejecer depende de un cúmulo de déficits, de cuántos hayas acumulado y cómo estés genéticamente. Y ante eso, cualquier estigma está mal: desde mostrar al superviejo que corre maratones a los 80 años y decir que debe ser una aspiración hasta asegurar que todo se les olvida, como una forma de inutilizarlos", señala Álvarez Cisneros.
Montes de Oca apunta: existe otra revolución del envejecimiento que es la feminización, pues hoy ellas viven más. La longevidad no es idéntica para todos y tiene distinciones muy dramáticas a partir de si eres indígena, afroamericano, LGBT, sexoservidora, etcétera. Todos tienen una historia, una situación de vida.
"Si bien, por ejemplo, la migración siempre ha existido, el envejecimiento nunca se había dado como un evento diferente, como generación, como humanidad completa."
Otro problema es que se impone la visión de los medios de comunicación, donde "los pintan como menos útiles. Y eso es falso. Debiera mostrarse la gran diversidad existente en la vejez y hacer entender que ésta dependerá de sus decisiones y la influencia del ambiente", lamenta la doctora Álvarez.
Montes de Oca desbarata los paradigmas utilizados para ver a la vejez. Y empieza por los económicos.
"Estamos más preocupados por los costos de los sistemas de pensiones que por cualquier otro aspecto, cuando sólo 30 por ciento de la población las recibe. El interés (de las aseguradoras) no está en las personas, sino en las utilidades, y provoca que muchos ancianos se sientan una carga."
El costo de los movimientos financieros de las grandes instituciones internacionales es de ellas, pero se lo transfieren a la vejez. No invierten en la gente, especulan con su dinero. Y al hablar de crisis en el sistema pensionario "se están protegiendo de los riesgos que ellas corren. Además, en las jubilaciones existe una heterogeneidad brutal, donde fundamentalmente las fregadas somos las mujeres. Lo que debe verse es su pobreza real: actualmente la mayor seguridad económica de los ancianos es su familia".
Otro prejuicio a desterrar se relaciona con la protección. Históricamente ha sido una labor, primero de la Iglesia y luego de la familia.
Desde hace un siglo se vive una política asistencialista no pocas veces excesiva, sobreprotectora y hasta violatoria de los derechos: "No te vayas a caer", "tienes que cuidar a tus nietos". "Yo te cuido, te doy casa y te ayudo, pero no salgas".
Si ellos quieren hacerlo, vale. Esa es la diferencia: si decidieron, les consultaron y preguntaron, está bien; de lo contrario, les habrán impuesto roles de género o de viejos.
Y está también ese prejuicio de que toda persona mayor está enferma. "Se quiere vender esa imagen y por tanto también cargarle un costo al envejecimiento. ¡Que no me vengan con eso! Antes del Seguro Popular sólo 50 por ciento tenía cobertura de servicios médicos. Y además, yo veo el mismo número de hospitales y clínicas en el país. Así que eso es otra falacia, una cuestión ideológica, porque 70 por ciento de las personas mayores son autónomas, independientes y funcionales. Y como muchos tienen todavía que trabajar, pues se cuidan mucho de no enfermar".
El resto, por supuesto, requiere atención preferencial, geriátrica, y una mirada especial a todos sus padecimientos: no puede seguir viéndose a la vejez como si fuera un costo para el Estado.
Fuente: La Jornada - 15/10/2019
https://www.jornada.com.mx/2019/10/15/sociedad/032n1soc