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En Colombia aumenta la cantidad de personas mayores que viven solas

Martes, 30 de Abril de 2019
Mesa Envejecimiento Colombia

por Ángela María Jaramillo.

Cada vez más personas mayores viven solas. ¿A qué se debe este fenómeno?, ¿qué implicaciones tiene y cómo debemos afrontarlo?

Una tendencia mundial

Vivir solo en la vejez es cada vez más común en Colombia: la proporción de personas mayores que viven solas se duplicó entre 1973 y 2005.

El aumento de este tipo de hogares, conocidos como unipersonales, no es algo exclusivo en la vejez también se da entre los jóvenes y los adultos, de manera que su número total pasó de significar el 11 por ciento de los hogares en 2005 al 18 por ciento en el 2018.

La tendencia a vivir solo es de carácter global: entre 1996 y 2011 el número de personas que viven solas en el mundo pasó de 153 a 277 millones. Este fenómeno se relaciona con el descenso en las tasas de fecundidad, con el aumento de la esperanza de vida, con el proceso acentuado de individuación, con la expansión de los sistemas de seguridad social, y con otra serie de cambios culturales entre los cuales se incluyen las nuevas formas de organización de la familia.

El aumento de los hogares unipersonales en la vejez es un asunto para cualquier gobierno porque tiene implicaciones directas sobre su calidad de vida, la de sus familias y la de la sociedad en general. Por eso y, por ejemplo, para poder responder a las demandas de los 9 millones de personas que viven solas, el gobierno del Reino Unido inauguró un Ministerio de la Soledad.

Mientras que para algunos vivir solo significa la oportunidad de realización personal o de fortalecer los lazos sociales, para otros se trata de una situación dolorosa y frustrante que suele tener graves consecuencias de salud, especialmente de salud mental. La diferencia entre unos y otros depende de las condiciones socioeconómicas, de las redes de solidaridad, de los niveles de autonomía y del significado que estas personas le otorguen a la vejez.

El caso colombiano

Lamentablemente, en países como el nuestro, donde prima la desigualdad en los sistemas de seguridad social, vivir solo rara vez es una oportunidad para el desarrollo autónomo, pues en la mayoría de los casos aumenta los riesgos de pérdida de bienestar, enfermedad y aislamiento social.

Que la mayoría de personas mayores vivan solos en el mundo occidental desarrollado es consecuencia de un proceso largo (150- 200 años) de industrialización y urbanización que fue modernizando las relaciones sociales. Por eso en este tipo de sociedades la mayoría de las personas mayores solas viven en las grandes ciudades y disfrutan de independencia física y económica, lo cual facilita su desarrollo autónomo.

En contraste, en Colombia este tipo de hogares no surgió de forma lenta y progresiva, sino acelerada (entre 50 y 80 años). Además, los procesos de modernización fueron mucho más lentos y fragmentados. Como consecuencia, los hogares unipersonales no se encuentran tan igualmente concentrados en las ciudades y no disfrutan en un grado comparable de independencia física y económica.

De hecho, tanto en las zonas rurales como en las ciudades de Colombia estos hogares tienden a encontrarse en condición de pobreza. Por ejemplo, de cada 10 mayores de 60 años, apenas 2 reciben pensión, o sea que otros 8 dependen sobre todo de familiares, amigos o vecinos. Esto no solo afecta el bienestar de los adultos mayores, sino también el de sus familiares que se ven obligados asumir las funciones de protección que debería asumir el Estado.

Como en el mundo entero las mujeres tienen una expectativa de vida mayor que la de los hombres, ellas son más propensas a vivir solas en la vejez.

Pero en Colombia no es necesariamente así: aunque en 2017 la esperanza de vida femenina era de 81,1 años, y la masculina de 75,4, los hombres tienen más probabilidad de vivir solos en la vejez. Esto se debe a que históricamente ellos han tenido más acceso al trabajo remunerado, lo que les permite seguir vinculados al mercado—generalmente informal—después de cumplir la edad de pensión.

En contraste, las mujeres, especialmente aquellas que han perdido a sus parejas, viven acompañadas por sus hijos o hermanos y continúan cumpliendo una función de apoyo y cuidado, especialmente de sus nietos.

Tanto la situación de los hombres como la de las mujeres resulta sumamente problemática porque deteriora su bienestar y limita su autonomía personal.

¿Qué hacer?

Ni la sociedad ni el Estado han reconocido a los hogares unipersonales como una forma autónoma y digna de organizar la vida, porque se cree que las personas viejas deben vivir en familia o en instituciones, pero nunca de manera independiente. Esta creencia encubre una percepción equivoca de la vejez, pues desconoce las capacidades de las personas mayores al suponer que siempre deben depender de alguien más.

La residencia independiente es importante porque invita a la reflexión en torno a la economía de la vejez, y porque impulsa su expansión y generalización hacia el futuro.

El principal problema del aumento precipitado en el número de hogares unipersonales consiste en no otorgarnos el tiempo necesario para adecuar las condiciones sociales, económicas e institucionales a sus necesidades. Especialmente, los servicios médicos y domiciliarios requeridos para compensar la ausencia de otras personas en la misma residencia—algo que era habitual en los hogares en la primera mitad del siglo XX—.

Hasta el momento, las acciones del Estado se orientan por una idea de familia que no reconoce los cambios en su composición y en su funcionamiento. Por eso la ruptura de las solidaridades fundadas en el parentesco no han sido compensadas por el desarrollo de solidaridades institucionales ni comunitarias basadas en los derechos de esta población.

Mientras que la sociedad no reconozca este tipo de hogares, no será posible promover mecanismos que apunten con eficacia hacia la integración social y el bienestar individual y colectivo de la población mayor. En consecuencia, las familias seguirán asumiendo cargas que corresponden al Estado, sin contar con apoyos formales ni informales.

Esto podría intensificar los sentimientos de soledad, la violencia intrafamiliar y la depresión, pues históricamente las solidaridades han sido fundamentales para la supervivencia, reproducción y conservación de las sociedades humanas. En este sentido, los arreglos residenciales también son un indicador de integración y cohesión social.

Por otra parte, se deben identificar con precisión los riesgos diferenciales que corren hombres y mujeres cuando viven solos o acompañados, para poder adoptar las medidas adecuadas. Así mismo hay que tener en cuenta que las generaciones hoy mayores de 60 o 65 años, nacieron durante la primera mitad del siglo XX, de manera que vivieron cambios significativos asociados con la urbanización e industrialización, la expansión de la escolaridad, la participación de la mujer en la educación, el trabajo y la vida pública, y la institucionalización de la seguridad social, entre otros. Todos estos cambios afectaron sus experiencias y sus aprendizajes, así como sus posibilidades y oportunidades para acceder a los servicios de distinta índole.

En suma, los hogares unipersonales se produjeron más por las modificaciones simbólicas que ocurrieron a lo largo del siglo XX —como los cambios en los sentidos de obligación dentro de la familia o los procesos de individualización— que por las condiciones económicas e institucionales del país. Esta forma de vida ha comenzado a generalizarse, así no existan la seguridad económica ni las solidaridades formales e institucionales necesarias para que se realice de manera digna y autónoma.

Ángela María Jaramillo.  Socióloga de la Universidad Nacional, magister en Estudios de Población y doctora en Estudios Sociales de la Universidad Externado de Colombia.  Actualmente es Profesora y Directora de la Carrera de Sociología en la Universidad Javeriana e integra la “Mesa de envejecimiento, vejez y transcurso de la vida” coordinada por la Confederación Colombiana de ONGs y CEPSIGER.