Por Natalia Muñiz.
Diario Popular, 24 de enero de 2016.
Juan Gómez, un vecino porteño de 80 años, cumplió con un proyecto que había comenzado hace cuatro años: se recibió de bibliotecario. Reconoce que no fue fácil, asistía a clases de lunes a viernes por la noche, cuando llegaba a la casa se asustaba por la hora (¡las 23!) pero “pasito a pasito” lo logró. Y no solo él está orgulloso de ese triunfo, sino también sus docentes, compañeros de la carrera terciaria, así como amigos, directivos y personal del Club de Día para adultos mayores Mensajeros de la Paz, del barrio de Flores, donde concurre desde hace ocho años, quienes lo “bautizaron” con huevos y harina.
“Muchos adultos mayores creen que la vida termina a los 65 años y no es así. Tenemos que tomar ímpetu, fuerza tanto física como mental. A veces dicen ‘yo trabajé muchos años, que patatín, patatán’. Yo también. Trabajé 46 años y no me abandoné, seguí luchando. Quedarse quieto es muy perjudicial”, afirma Juan a Diario Popular.
“Trabajaba en electrónica. Me jubilé de eso -cuenta-. Después, por razones económicas, empecé a concurrir a comedores comunitarios hasta que comencé a asistir a Mensajeros de la Paz (primero al centro comunitario, luego al hogar Santa Ana y San Joaquín y actualmente asiste al Club de Día). En 2010, el director del Club de aquel entonces, Hugo Cattoni, me propuso estar al frente de la biblioteca. Le dije ‘yo no entiendo nada de esto’. Pero me contestó ‘no importa, sé que vas a andar bien’”.
Para interiorizarse en el “mundo bibliotecario”, Juan empezó a concurrir a cursos, jornadas, seminarios hasta que el 9 de abril de 2012 comenzó el terciario en la Escuela Nacional de Bibliotecarios.
“Entré al aula raudamente porque al ver tanta juventud yo era como una oveja negra en el rebaño -recuerda-. El primer cuatrimestre me fue negativo pero no me desanimé”.
Juan remarca que se sintió muy contenido. “De a poco fui conociendo a los profesores y profesoras, cultivando estima por el sacrificio que estaba haciendo. Eran pasitos de hormiga, primero una materia, luego otra -afirma-. Me caía y levantaba”.
Destaca que “era muy difícil” dado que los tres primeros años cursaba de lunes a viernes de 19 a 21.45 y cuando llegaba a la casa “siempre miraba el reloj” y se “asustaba: eran las 23”. En tanto, el año pasado terminó de dar las materias que le quedaban.
Recuerda que cuando rindió la última materia todos se le “vinieron encima, hasta la directora, recibiendo un gran afecto”. Mientras, en el Club de Día había “una gran expectativa” y lo recibieron con huevos y harina y un cartel que decía “Felicitaciones Juan. Te queremos!”.
“Para mí fue un gran logro, el mayor de mi vida. Primero, en función de mi edad. Segundo, porque no es solo mío sino de todas las personas que me ayudaron, los directivos y profesores, los compañeros del curso, el director del Club de Día (Jorge Porras), el personal, los jubilados”, manifiesta orgulloso.
Tras ese triunfo, Juan tiene más proyectos. Está rearmando la biblioteca del Club que cuenta con más de 4.000 libros. “Lo estoy haciendo solito porque quiero que quede a mi gusto. Voy a aplicar los conocimientos que aprendí. Primero quiero inventariar, después catalogar y clasificar”. Y para eso va por más: “Este año me gustaría hacer un curso de biblioteca digital y aprender inglés porque hay publicaciones en ese idioma”, afirma.
“Quedarse quieto es muy perjudicial. A veces veo a personas mayores que están sentadas, quietas. La idea es que el adulto mayor tenga siempre actividades, proyectos, para mejorar su vida”, aconseja.