La edad no es un impedimento para disfrutar la vida. Los adultos mayores son más que las representaciones que miramos en los medios de comunicación.
Dr. Mario Paz y Miño Cevallos*
Quito.-
Seré directo. Me indigna la forma en que nos presentan a los adultos mayores: con una voz temblorosa, acompañados de personas caritativas, con música lenta de fondo, mientras alguien se enorgullece expresando que “les llevamos”, “cuidemos de ellos”, “necesitan protección” y más dulzuras parecidas.
No niego que requerimos apoyo, pero vamos aclarando los términos. Para comenzar, no me parece muy adecuado hablar de la ‘tercera edad’, pues esta cifra implica que pasamos por 2 ‘edades’ anteriores. El ser humano no pasa por ‘edades’ sino por ‘etapas’ que son: prenatal, natal, infancia, niñez, adolescencia, juventud y madurez, todas relacionadas con nuestro proceso biológico y mental.
Pero, aun aceptando que estamos en la ‘tercera edad’, esta no es sinónimo de decrepitud. Dicho de otro modo y para el caso del ser humano, la vejez es un recorrido de la dimensión tiempo que le deteriora, es verdad; pero que, sobre todo, le da experiencia, serenidad, seguridad, aplomo, conocimiento.
Este es el error más generalizado; y, en cierta forma, denigrante. Esta ofuscación no les deja ver que los adjetivados como de la tercera edad somos, en realidad, unidades potenciales, listas para contribuir en grado superior al progreso de la comunidad. Podría mencionar varios países con políticas distintas a la nuestra en lo que se relaciona con el trato a los adultos mayores, pero voy a citar solo a Japón, que registra un 10% de su fuerza laboral, integrado por personas mayores de 65 años. Por ejemplo, una empresa japonesa dedicada a los cuidados de la salud retrasó la jubilación de su personal y comenzó a llamar a jubilados de otras empresas del mismo objeto social.
Reconozco que hay interesantes avances en lo que se refiere a cuidados especiales, zonas, espacios, etc., para ‘ancianos’. Pero, el mismo logotipo o ícono que se usa, en algunos casos, es pesimista, por decir lo menos. El representarnos como seres encorvados, con la infaltable ayuda de un bastón, no es precisamente la mejor imagen. Y, no es que tenga algo contra personas de carne y hueso con similar presencia, sino que existen otras formas de identificarnos y mostrar todo el potencial que significa la vejez. Un rostro de un adulto mayor con una cariñosa sonrisa sería mucho más positivo y sin duda constituye una imagen que también es parte del proceso de envejecimiento y la vejez.
En este orden de ideas, algunos medios de comunicación lanzan similares mensajes cuando presentan una noticia. ‘Anciano de 60 años fue atropellado’, es un clásico título de crónica roja. Los avisos por ofertas de trabajo no se quedan atrás. “Edad máxima para tal trabajo… 40 años”. Ni los cuarentones se salvan.
Ojala no tenga obstáculo en informar que los profesores universitarios mayores de 70 años tuvimos que dejar la cátedra ‘por disposiciones legales’. “Si está mejor que nunca”, me decían los alumnos cuando me despidieron. Y, lo peor es que los reemplazos hasta ahora no llegan, a pesar de que han pasado 2 años del ‘voluntario’ retiro…
No me preocupa servir de modelo, pero sí me interesa que la forma como vivo mi ‘tercera edad’ sea un estímulo para todos los que estamos en este ciclo (que no la acepto como ‘edad’, insisto).
Estoy terminando de escribir dos libros, al mismo tiempo. Uno sobre las costumbres de Quito por 1950; y otro de contenido académico, sobre reformas a una parte del Código Civil. Escribo artículos en varios medios de comunicación; atiendo casos profesionales; pocos, eso sí. Hago actividad deportiva en la medida que me da mi cuerpo. Me arriesgo en tarabitas individuales, que ni siquiera sé cómo se llaman, y también practico parapente. Ya no subo a las cumbres de las montañas como lo hacía antes, pero sí me paseo por los páramos.
En lo físico, claro que tengo dolencias, pero las mismas solo les deben preocupar al médico y a mí. Y, este es el problema central: una demagógica y exclusiva atención a la salud de los veteranos, con menosprecio de sus brillantes capacidades intrínsecas. Y, no importan su posición social y solvencia. La sabiduría de un ‘viejo’ está por sobre sus condiciones personales. Con los años, hasta se burla de éstas, con achaques y todo. Cambiemos, la política general para los mayores. O, mejor, completémosla.
*Mario Paz y Miño tiene 75 años, es escritor, practica parapente, canopy y ejerce la jurisprudencia.
Fuente: El Telégrafo/Palabra Mayor - 27/9/2014.
http://www.telegrafo.com.ec/palabra-mayor/item/los-viejos-somos-mas-que-una-imagen-encorvada-y-un-baston.html