Fundación Cáritas para el Bienestar del Adulto Mayor, IAP
En el Marco del Día de la Toma de Conciencia Contra el Abuso y Maltrato en la Vejez
Tema: Abandono social de las personas adultas mayores en la Ciudad de México
Celia RAMIREZ POSADAS
13 de junio de 2014
Muy buen día a todos y todas las personas y representantes de los medios de comunicación que nos acompañan en este importantísimo evento que ha sido convocado por organizaciones sociales y civiles, académicos, la CDHDF y representantes de diversas instituciones del sector público.
El tema que compartiré con ustedes se refiere a una problemática compleja y de difícil atención porque ocurre en uno de los espacios donde en teoría las personas de edad reciben atención, cuidados, apoyo y protección de los integrantes del núcleo familiar, pero que desafortunadamente, en las últimas décadas, la investigación realizada al respecto revela una realidad preocupante y que nos obliga a visibilizarla y denunciarla, dada la diversidad de consecuencias que tiene en la salud física, mental y emocional de las personas adultas mayores de la capital del país, en otras palabras, me refiero al problema conocido como abandono social.
Percepción social de las personas de edad
Para empezar, quiero recordar a las y los presentes que hasta hace no muchos años, en la ciudad de México, las personas de edad eran respetadas, se les consideraba sabias, a ellas se acudía en busca de algún consejo o bien para pedirles algún remedio tradicional que permitiera curar la salud de las personas. No obstante, las cosas han cambiado radicalmente en nuestra ciudad y con ello la percepción y la relación de la familia, de la comunidad y de la sociedad con las personas de edad avanzada. Hoy, predomina una visión negativa de las y los viejos: amplios sectores de la sociedad los considera improductivos, enfermizos, olvidadizos, de lento aprendizaje, pasivos y dependientes.
Esa visión negativa tiene una estrecha relación con el tipo de sociedad de la que formamos parte, misma que se caracteriza por fomentar, no sé si denominarles “valores”, antivalores o mejor una ideología sustentada en la competitividad (cuya lógica es la producción y el consumo; cuando el sujeto deja de producir y consumir, es considerado improductivo), la efectividad (es decir, la búsqueda de resultados prácticos, útiles e inmediatos), la masificación (concentración en las grandes urbes en las que impera la intolerancia, la despersonalización, la contaminación, la vida acelerada), el consumismo (la compra compulsiva de bienes innecesarios, desechables), el individualismo (solamente cuento yo y no el otro, que cada quien se las arregle como pueda), el relativismo de los valores realmente trascendentes (la verdad, el respeto, la justicia, la igualdad, la solidaridad, han pasado a un segundo plano), la nuclearización de las familias (en las que en estricto sentido ya no tienen cabida las personas de edad)
Ante la proliferación de antivalores como los descritos, las personas de edad son consideradas como una carga social y económica para la sociedad. En menor medida se tiene conciencia de las difíciles condiciones de vida a las que regularmente se enfrentan las personas de edad. A menudo, pasan desapercibidas sus contribuciones a sus familias (por ejemplo, el apoyo que proporcionan en materia de cuidado y educación de las y los nietos), a sus comunidades y a la sociedad en general. Mucha gente sigue pensando que edad avanzada significa decaimiento biológico patológico y deterioro cognitivo o pérdida de la capacitad intelectual. Incluso en algunas profesiones de las ciencias sociales se considera a las personas de edad como personas dependientes e incapaces de mantenerse a sí mismos.
La imagen social negativa de las y los viejos, de la vejez y del envejecimiento, ha propiciado de alguna manera el desarrollo de actitudes y comportamientos discriminatorios en una variedad de formas, por la edad, por el estatus socioeconómico, así como diversas formas de violencia, maltrato y abuso físico, psico emocional, sexual, económico o financiero, institucional y estructural, provenientes fundamentalmente del hogar, la comunidad y de la sociedad en general. De manera que el futuro para los adultos mayores de la ciudad de México parece poco alentador toda vez que una proporción alta de ellos vive en condiciones de pobreza y pobreza extrema, en abandono parcial o total e imposibilitados para valerse por sí mismos y sin la existencia de suficientes opciones en las que reciban atención integral.
Abandono social de los mayores
Las distintas formas de violencia, maltrato y abuso han sido expuestas por quienes me antecedieron, por lo que sólo me referiré en esta ocasión a una de ellas, es decir, la del abandono social.
En un sentido general, se concibe al abandono social: “como la falta de atención y cuidado de los familiares y de la sociedad cuyas repercusiones afectan en gran medida los aspectos biológico, psicológico y emocional de las personas de edad avanzada”. El abandono, ya provenga de las familias, de la comunidad o de la sociedad en general, es también una forma de violencia. Se expresa básicamente en situaciones como las siguientes: cuando la persona adulta mayor es ignorada, recibe agresión física, verbal o emocional), así como cuando es desplazada de la familia y canalizada hacia centros de cuidados prolongados (los mal llamados asilos) en contra de su voluntad.
El abandono no se manifiesta solamente al interior de los hogares, sino que también ocurre en las instituciones asistenciales, tanto del sector público como de las privadas al bridar atención despersonalizada, al separarlos por género, violar su privacidad, dejarlos por largos períodos en la cama/sillón, al ministrarles sedantes excesivos o no prescritos, tenerlos en inadecuadas.
Finalmente, el abandono se presenta en la comunidad, particularmente cuando las y los vecinos niegan cualquier tipo de apoyo a personas de edad que viven solas, que presentan alguna discapacidad física o mental (o ambas), al excluirlas de las actividades cívicas y socioculturales, al dejar de interesarse por sus necesidades y problemas, al cancelar cualquier forma de comunicación, con argumentos tan simples como el de que las personas mayores “siempre repiten la misma historia”, entre otras.
Cuantificación del abandono
En estricto sentido, los organismos oficiales no disponen de datos precisos acerca del número de personas en situación de abandono parcial o total, ni las que son víctimas de maltrato. En términos generales, se estima que aproximadamente un 20% de la población de este grupo etario experimenta soledad y abandono social. La información más cercana muestra que, según el Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF), “60 de cada 100 personas adultas mayores que ingresan a sus centros gerontológicos, presentan rechazo o total abandono de sus familiares, además de que se trata de personas que carecen de recursos económicos”.
Las personas en situación de abandono son altamente propensas a padecer maltrato, por ello, y conforme a una encuesta realizada por el Colegio de México en 2009 en el Distrito Federal, “se detectó que los adultos mayores son maltratados principalmente por las y los hijos, con un 37%, seguidos de la pareja, con 11%; las y los nietos, 10%, mientras que personas ajenas representan 17.4%”.
En los hogares se desvalorizan las capacidades, potenciales y autoestima de las personas de edad al ser ignorados, desatendidos y discriminados (entendiendo por discriminación la práctica cotidiana consistente en tratar de manera desfavorable, excluir o despreciar sin causa alguna a determinada persona o grupo, que a veces percibimos pero que en algún momento hemos generado o recibido).
Experiencias de abandono
A lo largo de poco más de 16 años de contacto, desarrollo de programas y promoción de las personas adultas mayores en la ciudad de México y varios estados de la república mexicana, nuestra organización ha sido testigo de una proporción significativa de casos de abandono parcial o total de mujeres y hombres de edad que alguna vez procrearon una familia o bien adolecieron de ella, por lo que pasaron una parte importante de sus vidas literalmente solas o solos y abandonados hasta que fallecieron (la mayor parte en condiciones deplorables, indescriptibles).
Las historias de la mayor parte de ellas y ellos estremecen, fueron y son desgarradoras: recuerdo, por ejemplo, la biografía de Ambrosia, una mujer de origen indígena, analfabeta, migrante, dedicada al comercio informal, al principio y después viviendo de la caridad pública, sin acceso a los servicios de seguridad social, habitando sola en una vivienda de las llamadas de interés social proporcionada en comodato por nuestra organización porque nadie le quiso dar alojamiento. Ambrosia tuvo una hija y dos hermanas, sin embargo, se desentendieron de ella, literalmente la abandonaron a su suerte (completar).
Recuerdo más historias, de personas ya fallecidas, como Don Luis, Don Antonio, Don Miguel, Eloísa, etc., historias de personas de edad que cumplieron con su vida laboral útil, pero que dejaron de ser productivos en términos económicos para su grupo familiar, en primer lugar, y para la sociedad en segundo término, por lo que se convirtieron, conforme a los parámetros de la sociedad productivista a la que antes me referí, en una carga potencial de gastos para los familiares. Pienso en ellas y ellos desplazados o replegados a un “rincón del hogar, reduciéndose su mundo social, generando en ellos una serie de repercusiones tales como aislamiento, transformación en los cambios afectivos, cambios bruscos en los estados de ánimo, abandono familiar, de la comunidad, de las instituciones.
Pienso en un importante número de personas como las referidas, en donde alguna vez fueron padre, madre, abuelo o abuela o no tuvieron ninguno de esos roles, quienes recibieron a sus hijos/as con su respectiva familia, y después de un tiempo los nuevos “huéspedes” se apropiaron del hogar, del patrimonio de los progenitores, en una forma paulatina, desplazando de manera sutil o abierta a los propios padres o abuelos/as, ignorando sus opiniones, y/o en muchas situaciones agrediéndolos en forma física, verbal y psicológica, ocasionando en el agredido daños psicológicos, neuronales, emocionales, conductuales y, en algunos casos físicos porque en la edad avanzada los daños son irreparables clínicamente hablando.
La memoria de evocación me lleva también a pensar en las y los adultos mayores que forman o formaron parte de un grupo familiar extenso y nadie de los integrantes de dicha familia se preocupa o preocupó o hace cargo de los cuidados de éstos. En el mejor de los casos, cuando algún integrante se hizo o hace cargo, viviendo períodos cortos en los hogares de quien le toca o tocó el turno de cuidarlo, pero siempre haciéndole sentir que son una carga. Situación que los lleva a estados de depresión, desequilibrio emocional, rechazo, incluso auto abandono, estado de ánimo decaído, que en la mayor parte de casos lo único que anhelan es la llegada del momento de partir para poner fin a su calvario. Ello no obstante que en teoría la persona mayor debería descansar y disfrutar con agrado hasta el término de su vida.
Consecuencias del abandono
El abandono parcial o total tiene consecuencias sobre las personas como sujetos sociales y repercusiones que afectan directamente su salud, emociones, sentimientos. Se rompe la comunicación con y entre los integrantes del grupo familiar o bien con las personas de la comunidad; se rompen los lazos afectivos; los sentimientos pasan al olvido en combinación con el aislamiento, desplazando al sujeto y olvidando que es una persona y no objeto decorativo del hogar.
Las emociones de las personas abandonadas experimentan diversos cambios, entre otros, aumento de la sensibilidad que se ve afectada por cualquier situación o problema que los lleva a caer en cuadros depresivos; todo a su alrededor les molesta, los ruidos, las voces, las risas, las cosas en general, lo que a su vez se traduce en mayor aislamiento en perjuicio de sí mismo.
También cambia la percepción de la realidad, no es la misma que perciben los demás, lo que combinado con el abuso físico y psicoemocional que padecen muchas personas de edad por parte de los familiares, cuidadores (hijos, nueras, yernos, hermanos, nietos, etc.), puede generar desequilibrio en su personalidad, afectando además sus interacciones como ser social.
La atención de personas en situación de abandono
Generalmente, cada vez que se organizan eventos como este, en donde se presentan nuevos casos de personas de edad ignoradas, abandonadas y/o maltratadas, o bien cuando los medios se ocupan de ello, proliferan los señalamientos, las acusaciones a diestra y siniestra sobre quién tiene la responsabilidad. El Estado traslada a las instituciones asistenciales creadas por la sociedad civil responsabilidades que durante mucho tiempo fueron consideradas de bien social. Las instituciones privadas, trasladan la responsabilidad a las instituciones gubernamentales y éstas y las primeras a los familiares. De manera que nadie quiere asumir la responsabilidad de miles de personas que durante muchos años aportaron con su trabajo o con su experiencia al desarrollo de la ciudad de México y del país, pero lo más inquietante es que son enfrentados al olvido y pasan a ser percibidos como una molestia para esta sociedad individualista, despersonalizada, masificada, consumista, que no tolera defectos tan poco agradables como ser viejo/a, pobre, discapacitado, improductivo, etc.
En México se han generado políticas de cierta relevancia para apoyar a las personas de edad, por ejemplo cuando se crea en 1979 el organismo conocido como INSEN, recientemente denominado Instituto Nacional de las Personas Adultas Mayores (INAPAM), con la finalidad de brindar protección, ayuda, atención y orientación a la población mayor de 60 años.
De igual forma, se han aprobado diversos ordenamientos en los que están protegidos los derechos de las personas de edad, particularmente de los que se encuentran en situación de abandono o desamparo, como las siguientes: la Ley sobre el Sistema Nacional de Asistencia Social, publicada el 9 de enero de 1986 y reformada en el 2004; el 4 de diciembre de 1998 se crea la norma oficial mexicana NOM-167-SSA1-1997, para la Prestación de Servicio de Asistencia Social para Menores y Adultos Mayores, la cual tiene por objeto establecer los procedimientos para uniformar principios, criterios, políticas y estrategias en la prestación de servicios y desarrollo de actividades en materia de asistencia social a menores y adultos mayores y, finalmente, en 2002 se publicó la Ley de los Derechos de las Personas Adultas Mayores.
En lo que corresponde a ley aprobada en 1986, se entiende por asistencia social el conjunto de acciones tendientes a modificar y mejorar las circunstancias de carácter social que impidan el desarrollo integral del individuo, así como la protección física, mental y social de personas en estado de necesidad, indefensión, desventaja física y mental, hasta lograr su incorporación a una vida plena y productiva.
Según el mismo ordenamiento, la asistencia social comprende acciones de promoción, previsión, prevención, protección y rehabilitación. Específicamente en el artículo IV, los adultos mayores son definidos en esta ley como sujetos de asistencia social, cuando están expuestos a desamparo, incapacidad, marginación o sujetos a maltrato.
Conforme a lo dispuesto en el capítulo III, Artículo 12, de la ley en cuestión, las personas de edad en estado de abandono o desamparo e inválidos sin recursos, recibirán atención en establecimientos especializados. Y corresponde al Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF), entre otras funciones, promover y prestar servicios de asistencia social, así como operar establecimientos de asistencia social en beneficio de menores en estado de abandono, de ancianos desamparados y de minusválidos sin recursos.
Por otra parte, de acuerdo con el DIF, este sistema junto con los DIF estatales y municipales, “disponen de una red de 191 casas hogar, 221 estancias de día, 18 centros culturales, 11 albergues, siete campamentos recreativos y cuatro mil 559 grupos de atención especial para beneficio de adultos mayores. En dicha infraestructura atienden a un promedio anual de 260 mil adultos mayores, quienes reciben hospedaje, vestido, alimentación, servicio médico y psicológico, asistencia jurídica, terapias de rehabilitación, sesiones de autoestima, actividades culturales, recreativas, deportivas y hasta asistencia espiritual”.
Si las cifras proporcionadas por el DIF son reales, la atención anual proporcionada a un promedio de 260 mil personas adultas mayores, representa sólo el 2,38% respecto del total de adultos mayores del país (estimados en 2012 en 10.9 millones de personas). Aún cuando en los reportes de este sistema no se precisa si los 260 mil atendidos han sido mayoritariamente personas en estado de abandono o desamparo o discapacitados sin recursos, de cualquier forma el impacto que logran a través de los servicios asistenciales proporcionados es muy bajo; si tomamos como base que, conforme a la proporción anotada líneas atrás, aproximadamente un 20% de la población de este grupo etario experimenta soledad y abandono social, a nivel nacional habría 2’ 180, 000 personas en esa situación, mientras en la capital del país serían 220, 000 personas (que equivalen al total de beneficiarios atendidos por el DIF en todo el país). Lo que significa en cifras concretas que el todo el país el 97,6 % de las personas en estado de abandono o desamparo, es decir, 1’ 920, 000 adultos mayores no están recibiendo los beneficios previstos en materia de asistencia social. En lo que corresponde al Distrito Federal, no disponemos de datos precisos sobre la atención proporcionada por el organismo asistencial responsable de atender a multireferido grupo etario, el IASIS, no obstante podemos suponer que el índice de atención es parecido al registrado por el DIF Nacional, lo que significaría que del total de personas demandantes de protección, el organismo local estaría atendiendo a un promedio de 52, 300 personas por año, mientras que la inmensa mayoría, 167, 640 personas de 60 años y más, estarían excluidos de los servicios asistenciales operados por el organismo local referido, y señalamos al IASIS porque, hasta donde tenemos conocimiento, la institución homóloga del DIF Nacional, no incluye en sus funciones la atención de personas en situación de abandono.
A manera de conclusiones
Aun cuando no disponemos de cifras precisas y confiables, los pocos estudios de casos realizados en materia de negligencia, desamparo o abandono familiar y social han aumentado de manera considerable en los últimos tiempos, sobre todo en las delegaciones políticas más pobladas.
La falta de información precisa y confiable acerca de la cantidad de personas en abandono familiar y social, muestra claramente el lamentable olvido de la sociedad hacia las personas adultas mayores, no obstante que ellos son ciudadanos con derechos, con historia, experiencia y conocimientos; personas que nos pueden entregar una infinidad de sabiduría, cosas útiles tanto para el desarrollo propio, como para el de las familias, la comunidad y la sociedad capitalina en general.
En la capital del país disponemos de un considerable número de instrumentos jurídicos en los que se protegen los derechos de las personas de edad; contamos con amplia infraestructura asistencial; centros educativos de alto nivel; organizaciones sociales y civiles comprometidas con las personas de edad, entre otros activos. ¿Qué nos falta entonces para enfrentar de raíz la problemática que viven los miles de personas adultas mayores en estado de abandono?
Conforme a la experiencia de trabajo avalada por más de 16 años, nos parece que se requiere:
a) Aceptar que todos algún día llegaremos a la etapa de la vejez, por lo que es necesario prepararnos para vivirla con calidad.
b) Acercar más herramientas a los integrantes de los núcleos familiares, de la comunidad y de las instituciones asistenciales para que aprendan a convivir con personas de edad.
c) Incrementar la difusión de los derechos establecidos en las leyes vigentes, con objeto de que las personas en situación de abandono sepan que existen instituciones obligadas por la propia ley a proporcionarles apoyo psicológico, asesoría jurídica, atención asistencial, entre otros servicios.
d) Sensibilizar al personal de las instituciones asistenciales del sector público y privado para que, primero, reciban incondicionalmente a todos aquellos adultos mayores que enfrentan experiencias de abandono o desamparo; en segundo lugar, una vez incorporados, los respeten, les proporcionen atención de calidad y con calidez.
e) Invitar a los medios de comunicación para que promuevan la cultura del buen trato hacia las personas adultas mayores.
Por último, retomando las palabras de un trabajo elaborado en un país hermano, quiero terminar con lo siguiente:
A las personas adultas mayores hay que escucharlas, con mucha, con absoluta paciencia. Ellas son quienes nos han legado todo aquello que alguna vez legaremos a los que vienen luego de nosotros. El deterioro sería menos penoso si cada uno que cuenta con un familiar, un amigo, conocido, vecino o compañero de trabajo de 60 años y más comenzara por prestarle atención, por tratarlo como un igual, por respetarlo y apoyarlo. Es muy sencillo, basta con un saludo, una sonrisa, un buen deseo, en lugar de subestimarlo, excluirlo o maltratarlo.