“Quería hacer una película acerca del amor, pero mis ideas eran románticas y superficiales. Me pareció que la gente mayor tenía cosas interesantes para contar. Buscar en ellos qué queda del amor, pasados los años”, dice la voz en off de Guzmán García, el director de la película Todavía el amor. Mientras en la pantalla vemos varias parejas de viejos bailando tango, esa voz continúa “Cuando vi este lugar, pensé que era el correcto, porque sentí que esta gente seguía buscando algo”. Y lo que seguirá es una hora de documental donde se nos muestra once historias de amor y desamor de personas adultas mayores.
La película usa como locaciones la milonga montevideana “Vieja viola” (Paysandú y Minas) y las casas de los protagonistas. Mezclando, acorde se articulan los discursos, el espacio público y el privado, el encuentro y la intimidad.
A través de una notoria habilidad para la entrevista, el director prende la cámara y le da voz a estas personas, no ya personajes, quienes comparten sus más esenciales historias y reflexionan acerca de cómo han vivido el amor a lo largo de sus vidas.
Consultado por INMAYORES sobre cómo había logrado esa apertura por parte de los viejos, García nos contesta sencillamente: “ellos sintieron que yo los estaba escuchando”. Esta respuesta de García nos interpela en una noción básica, a saber, ¿qué lugar le damos a las personas mayores? ¿Estamos receptivos a lo que ellas tienen para contarnos? Ahí, el primer hallazgo de García.
Los protagonistas
La primera pareja que se nos presenta es Ofelia y Nelson. Compartiendo mate y bizcochos en su casa, nos cuentan que se conocieron bailando tango, danza de la que aún disfrutan juntos. Ya en esta primera semblanza, las relaciones de género nos llaman la atención. Lejos de una actitud sumisa por parte de Ofelia, esta pareja declara haber sostenido por muchos años relaciones desiguales de poder, aunque en sentido inverso. Hasta que un día Nelson quiere hace valer su opinión y la relación muta completamente. En menos de diez minutos de película, podemos preguntarnos cómo es y era concebido el amor, cómo afecta el machismo las relaciones de pareja, qué sucede con las infidelidades y, para nuestro caso, cómo opera el paso del tiempo a la interna de un matrimonio.
María tiene Alzheimer y lleva 25 años viviendo con Mario, cuando se casaron ella tenía 55 y estaba “perdidamente enamorada”. Hoy esa enfermedad forma parte del diario vivir de ambos y el amor ha cambiado con los años y las circunstancias. Se los ve sonreír y mencionar alegremente muchas situaciones que debieron enfrentar juntos. “Es el enamoramiento último de la vida”, dice visiblemente emocionado Mario al pensar su relación actual.
Las historias son muy variadas, no todas son de pareja, hay quienes están solos. Algunas hasta cuesta catalogarlas de amor. Hay, por ejemplo, relatos que se asemejan más a arreglos de convivencia y supervivencia que a la concreción de una pasión. García nos dice que de eso se trata justamente: “todos los motivos que hay para una pareja. En algunas el sexo ya no corría y el cariño capaz que sí y capaz que no. Y uno podría pensar que una pareja es más que nada sexo y cariño. A veces no había ninguno de los dos elementos y sin embargo estaban juntos. Más bien [esta película] capaz que trata de relaciones. Relaciones entre personas de distinto sexo”.
El dolor de los proyectos anhelados y jamás concretados, como el caso de Mercedes que nos dice pensativa “Siento por dentro una angustia de no haber vivido como Dios manda. […] me faltó el amor, ese amor de euforia que uno tiene. Ese tipo de vida yo no la viví, no me enamoré nunca […] Esa cosa que tienen los jóvenes”. Mercedes sufre los estereotipos que se tienen de la vejez y los hace carne.
Pero hay también aciertos y alegrías, pasadas y presentes. Marta nos dirá exaltada: “¡Estoy enamorada! No me enamoré, estoy”.
Todos los relatos ponen de manifiesto distintas intensidades y una gran variedad de emociones y situaciones que funcionan como un receptáculo de la vida misma, evaluada por sus protagonistas desde el lado de la propia experiencia, de algunos logros y ciertas derrotas. La mayoría de los protagonistas conservan, no obstante, la esperanza de hacer de todo aquello que queda un proyecto. Porque en estos testimonios encontramos que la vida es percibida como un continuo; estas personas no ven solamente el camino transitado, sino que aún se plantean proyectos futuros, se animan a seguir. Quizá por esta razón, el director pensaba titular su película “Seguir bailando”. Advierte García: “Todavía el amor no es positivo ni negativo, es neutro. Seguir bailando sesga la mirada hacia algo positivo y yo no quería que fuera tan positivo”.
El público
Es una película interesante para todo público de más de 14 años. Al coincidir en la sala de proyección, las reacciones de los presentes muestran lo variado de los relatos. Unos personajes contagian con su risa provocando enormes carcajadas colectivas, otros se vuelven admirables y algunos relatos entristecen. Es que, más allá de las ideas que nos hagamos, García piensa que “las personas mayores son tan crueles, bellas o inteligentes como cualquiera de nosotros, solo que tienen más años”.
Más allá de ser de interés para amplios públicos, el espectador regional se vuelve en privilegiado ya que tendrá todas las claves para comprender el tono en el que se pronuncian estos viejos.
El tango
Fuelles abiertos, abrazos, alguna percanta arrabalera, la película se organiza a través del tango: el lugar donde se lo baila, el “apronte”, la vestimenta, el coqueteo que termina en el coincidir de los cuerpos y, quizás, las voluntades. Todos los bailarines y bailarinas van en busca de algo, aunque ese algo sea simple entretenimiento y encuentro.
El baile puede asociarse a las ganas de vivir y a cierta libido, dos pulsiones que contrastan con la idea errónea e imperante de la inactividad en la vejez. Una representación que se tiene de esa etapa de la vida y que opera de manera negativa en los proyectos de los viejos, pero también en los más jóvenes en la medida en que lo deseable es llegar a esa edad.
García nos cuenta además que “en el baile se mezclan las clases sociales, te diré que se mezclan más que en los bailes de jóvenes. No sé por qué se da eso. Pero todos ellos iban a otras milongas también. Casi todos tienen un lugar de cabecera pero, a la par, recorren. El baile los unifica. Comparten eso aunque tengan muchas diferencias”.
El tango, concretamente, es una tradición rioplatense muy asociada a los que hoy son viejos. Consultado por INMAYORES, el director cree que “el tango va más con lo trágico, con lo pasional, con el tono de la película. Más allá que en los bailes de viejos se baila mucha salsa y merengue también. Y era interesante ver cómo hacían trencito y se divertían pero te distraía. Si yo incluía esos otros bailes era como que cortaba todo el ambiente”.
¿Y el amor, qué es?
¿Qué sentían cuando se conocieron? ¿Cómo se vivía el amor y la sexualidad hace treinta, cincuenta años? Esta película nos permite tomar contacto con relatos de primera mano sobre cómo era el cortejo, si lo había; qué depositaban en la pareja; qué cosas buscaban y qué podían esperar. Y claro, qué queda del amor, pasados los años.
Desde el amor que se cimienta en cartas pero que en la convivencia se vuelve asfixiante, pasando por el que surge de la necesidad de apoyo económico, hasta aquel que es vivido como indispensable. El amor atraviesa todas las clases sociales y se desarrolla acorde a las posibilidades de cada uno, pero también habla de una época dada.
En un momento, Waimiran se pregunta: “¿Y el amor, qué es?” Su respuesta ensaya una idea subjetiva que se ha podido forjar con los años y que responde a sus circunstancias. “El amor es el complemento de dos personas. Que uno aún estando lejos siente dónde estará, qué estará haciendo. Inclusive, por compromisos, a veces ella sale y vuelve de noche y yo estoy despierto hasta que ella no venga”.
Vale remarcar que el concepto de amor será lo primero que el espectador habrá de problematizar. La idea de amor romántico, esas ansias de felicidad absoluta y plenitud que tanto acostumbran a mostrar las películas de Hollywood puede que no sea la más aceptada entre estos personajes. El público joven puede contrastar sus ideas con las de estos viejos, en una suerte de choque generacional. García remarca que “los viejos interpretan que el amor es más o menos compañía. Los jóvenes en cambio interpretan como que eso es un desastre. En general la gente joven lo interpreta como algo negativo. Los veteranos lo toman naturalmente”. Por su parte García, de 31 años, reflexiona “yo no soy tan pesimista con el amor en general, me parece. Lo que pasa, claro, es que son muy particulares las historias de amor que encontré. Digo, también al ser documental uno manipula, pero también un poco la realidad te limita.”
La sexualidad en la vejez
Otra arista importante de la película es que nos ayuda a deconstruir varios mitos acerca de cómo viven su sexualidad las personas adultas mayores. Lejos de seres asexuados, nos encontramos con sujetos deseantes que, en muchos casos, despliegan su sensualidad y manifiestan sus experiencias y alegrías. Son varios los planos que el director eligió para mostrarnos cómo se maquillan, cómo eligen la ropa y los zapatos, cuáles son las poses al bailar. Lo performático del erotismo atraviesa el film. Quizás estos individuos no coincidan estrictamente con el modelo estético que nos vende la publicidad, pero son reales y en la película dicen presente. Algunos personajes viven su sexualidad más desde el lugar del afecto y como algo que los une. Otros se sienten abiertos a nuevas experiencias, más allá de una pareja en particular.
De todos modos, resulta llamativa la capacidad de dar a entender su posición mediante gestos u otros artilugios del lenguaje no verbal. Son raros los casos en que hablan frontalmente de su sexualidad. Queda el vestigio de lo que era prohibido y que aún no puede enunciarse, de modo que se lo rodea, se lo gesticula, pero no se lo verbaliza.
Bellamente compleja
Todavía el amor nos ofrece varios niveles de análisis, algunos de los cuales se han tratado de esbozar aquí. Pero hay mucho más, dada la riqueza de los testimonios y cómo pueden interpelarnos. Se podría decir que esta película se presta para un estudio antropológico del amor y la vejez.
En el medio, hay belleza. La fotografía es cuidada, la música plantea el ritmo en que se sucederán las escenas y el baile otorga agilidad. El montaje cohesiona a la perfección los discursos, usando las escenas de baile como un respiro que habilitan la digestión de la historia anterior y nos prepara para presenciar la siguiente.
García no quería hacer una película paternalista, con una mirada compasiva hacia la vejez. Declara no querer embanderarse en ningún tipo de reinvindicación, tenía preguntas y salió en busca de respuestas. Sin embargo es de celebrar su apertura para escuchar y darle espacio a la vejez. Consultado acerca de qué le deja esta película dice “espero llegar a viejo en esa onda. Yo ni voy a bailar ahora, imaginate cuando tenga 70. Los tipos en algún nivel me parecen que son admirables, ¿no?”
Fuente: INMAYORES – 6/3/2014.
http://inmayores.mides.gub.uy/innovaportal/v/25501/4/innova.front/todavia_el_amor