La rapidez con que envejece la población está planteando cada día nuevos retos a la sociedad moderna y en especial a las familias. Sin dudas una de las situaciones más difíciles de resolver deriva de la necesidad de asumir los cuidados de sus adultos mayores. Con frecuencia encontramos importantes limitaciones, no sólo materiales, que lógicamente obstaculizan la calidad de los cuidados, sino también ausencia de conocimientos y entrenamiento previo para realizar esta tarea que requiere habilidades técnicas, y se caracteriza por ser intensa y prolongarse en el tiempo, convirtiéndose en algo excesivamente agobiante para quien la realiza.
Cuba es uno de los países más envejecidos de la región, así lo confirman varios reportes. Las estadísticas no solo revelan un incremento aislado del número y proporción de los adultos mayores, también nos muestran un crecimiento significativo de los llamados “viejos”, es decir del número de personas muy mayores. Del mismo modo, resulta frecuente encontrarnos familias donde los adultos mayores han quedado solos o viven con otros mayores, lo que muchas veces genera dificultades al enfermar uno de sus miembros. Este panorama viene acompañado del incremento de la dependencia, y por ende de la necesidad de cuidados, responsabilidad que, como ya se dijo, recae sobre la familia.
Los cuidadores son un grupo de personas que asumen este rol, muchas veces sin conciencia plena de lo que hacen, adolecen de capacitación adecuada para el desempeño óptimo de sus funciones, en ocasiones porque no disponen de tiempo o no tienen acceso a centros donde se realice entrenamiento para esta tarea, simplemente “no tienen otra opción”, ni más remedio que acudir a los conocimientos empíricos. Esta realidad amenaza la calidad de los cuidados y pone en juego la integridad del cuidador y la dignidad del que recibe los cuidados.
Si bien es cierto que existen en nuestro país, como en muchas regiones del mundo, determinadas prestaciones de servicios a través de diferentes programas, orientados a satisfacer algunas de las necesidades básicas de las personas de edad, también se reconocen importantes brechas en este sentido. Por otra parte la magnitud que alcanza esta problemática exige con urgencia ir a la búsqueda de nuevas soluciones, por lo que la Iglesia, a través de Cáritas quien reconoce su misión de acompañar a su pueblo y de ofrecerle un gesto caritativo decidió crear un espacio para contribuir a mejorar la calidad de los cuidados que reciben los adultos mayores. Con este fin un grupo de especialistas, miembros del Equipo Nacional de Formación diseñó e implementó una modesta estrategia para capacitar cuidadores dedicados a personas adultas mayores. Así se estructuró un primer curso piloto que se desarrolló en La Habana en el año 2006, donde asistieron alrededor de 50 personas inicialmente, una gran convocatoria, pero luego esta cifra se fue reduciendo conforme pasaban los días, hasta que finalmente concluyeron el curso 42 personas.
Posteriormente le siguió otra réplica en Camagüey (2008), donde se capacitaron 15 cuidadores, y la más reciente concluida hace un año, en Enero de 2012 en Holguín donde se adiestraron
24 personas.
¿Cómo lo hicimos?
Se fueron identificando las demandas, a partir de un elemental diagnóstico de necesidades, por parte de los equipos diocesanos y en aquellos lugares que disponían de recursos mínimos, locales y personal capacitado para realizar las réplicas de los temas, se procedió a su ejecución. El propósito fue proporcionar técnicas y crear habilidades elementales para manejar y cuidar mejor a los enfermos encamados o discapacitados, de modo que el objetivo general del curso perseguía asesorar a las familias con ancianos en estado de dependencia física y psicológica y capacitar a personas dispuestas a apoyar cuidadores cruciales que ya existían o formar a nuevos cuidadores, así como propiciar espacios de debate y reflexión con relación al tema.
Sin embargo, consideramos oportuno aprovechar la posibilidad que brindaba este espacio para plantearnos otro gran objetivo, que a nuestro modo de ver las cosas contribuirían a darle una mayor connotación al curso y propusimos estimular la creación de un Grupo de apoyo o autoayuda que les permita compartir dudas, estilos de asumir el rol y preocupaciones con relación a los cuidados, ya que no contamos con prácticas similares en la comunidad, esto le daría un plus a la experiencia. Un tiempo después de concluida las réplicas de los temas, nos reencontramos para ver los frutos del curso, así se hizo en La Habana y en Holguín. Es cierto que no hemos medido el impacto de esta capacitación, sin embargo nos reconforta saber que hemos plantado una semilla, esta vez con un abono especial, la caridad cristiana. La cosecha aún está por recoger.
Dr. Marcelino Cristo Núñez
Coordinador Diocesano Programa Tercera Edad
Boletín del Adulto Mayor, Programa Tercera Edad de Cáritas Cubana. N°2 Año 2012.