En el contexto del creciente envejecimiento individual y poblacional que viven los países de América Latina y el Caribe es preciso que las medidas que se adopten, faciliten condiciones para propiciar la convivencia entre generaciones. Cabe entonces preguntarse si las soluciones por mejoras en el hábitat de las personas adultas mayores solas o que carecen de redes familiares y de apoyo, han de pasar por la construcción de comunidades o ciudadelas exclusivas para adultos mayores y, qué tanto aquellas soluciones contribuyen a la construcción de una sociedad para todas las edades.
Aparentemente estas medidas parecen atractivas en tanto responden a necesidades inmediatas para un colectivo concreto de personas adultas mayores que necesitan solucionar con urgencia necesidades de alojamiento que implique cuidados, apoyo y protección social. Sin embargo, tales alternativas habitacionales, más que contribuir a superar la exclusión social de las personas viejas, crean una nueva suerte de segregación socio espacial, llevándolas a interactuar sólo entre sí y con personal técnico, generalmente vinculado al ámbito de la salud. Se validan así políticas que en vez de ser incluyentes, resultan discriminatorias en la medida que refuerzan la creencia prejuiciada de asociar la vejez con excepcionalidad, con enfermedad y limitación en general.
Alternativas como éstas, eluden la necesidad urgente de propiciar medidas de apoyo a las familias para la permanencia de las personas adultas mayores en sus hogares e inclusión en sus comunidades y sociedad en general. Adelantar políticas en esta última dirección, requiere fortalecer las relaciones intergeneracionales más allá de los contornos de la familia biológica, para lo cual es imprescindible superar la amplia gama de estereotipos que establecen barreras de edad que debilitan la solidaridad intergeneracional, única base sobre la cual puede cimentarse la posibilidad de una sociedad para todas las edades.
La tendencia a la reducción del tamaño de las redes familiares de apoyo que conlleva las transformaciones demográficas, necesariamente debe ser materia de políticas destinadas a informar y educar a la población, sobre los alcances que aquello tiene a la luz del proceso de envejecimiento individual y poblacional. Es, entonces, urgente superar estereotipos y prejuicios relacionados con las edades y las generaciones, especialmente estereotipos acerca de las personas viejas, como también con respecto a las personas jóvenes. Sólo así será posible asentar una convivencia multigeneracional a nivel familiar y social.
El desafío radica en cómo contribuir a fortalecer el entrelazamiento social y la co-responsabilidad entre generaciones más allá de una dimensión genealógica. La transformación demográfica conlleva una transformación profunda de la sociedad la que, para dar cuenta del envejecimiento poblacional, debe pensar en organizarse ya no sólo en torno a las familias biológicas y debe hacerlo garantizando además los derechos de todas las personas en aras de nuevos compromisos sociales que abran paso al desarrollo de una sociedad intergeneracional.
Ximena Romero – Coordinadora de la RLG
Christel Wasiek – Asesora de la RLG
3 de Noviembre de 2008