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Chile. Estudio Estadísticas sobre las personas adultas mayores: un análisis de género

Jueves, 30 de Octubre de 2008
Envejecimiento y vejez

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En el marco de la campaña “Atrévete a dar nuevos pasos” impulsada por el Servicio Nacional del Adulto Mayor (SENAMA) y el Servicio Nacional de la Mujer (SERNAM), el día 6 de Octubre 2008, fue presentado el estudio elaborado por SENAMA Estadísticas sobre las personas adultas mayores: un análisis de género.

ESTADÍSTICAS SOBRE LAS PERSONAS ADULTAS MAYORES: UN ANÁLISIS DE GÉNERO

Liliana Cannobbio
Tamara Jeri
Santiago, 2008

RESUMEN EJECUTIVO
La preocupación por la situación de las personas adultas mayores forma parte de un amplio proceso de toma de conciencia a nivel mundial respecto del envejecimiento de las sociedades y los desafíos económicos, sociales, políticos y culturales que ello conlleva. El fenómeno del envejecimiento poblacional en América Latina viene ocurriendo de manera menos acentuada que en los países desarrollados, los cuales se enriquecieron antes de envejecer, mientras que los países en desarrollo están envejeciendo antes de aumentar su riqueza (OMS, 2002).

En el caso de Chile, es el descenso de las tasas de fecundidad y mortalidad que explican el cambio en la composición etaria de la población, con un aumento sostenido del número de personas adultas mayores que al 2008 superan los dos millones de personas. Ello ubica a nuestro país en un grupo denominado de envejecimiento avanzado con 10,2% de adultos mayores en el año 2000, un 12,4% al 2008 y con una proyección de 24,1% para el 2050. Entre los países de este grupo están también Costa Rica, Brasil, y Argentina, los que en el año 2004 tenían entre 1,2 y 1,8 adultos mayores por cada cien habitantes (Chackiel, 2004).

Adicionalmente, según la OMS (2002) son varios los determinantes del envejecimiento de las personas entre los cuales cabe mencionar los sistemas sanitarios y los servicios sociales, que tienen un importante rol en la prevención de las enfermedades y en el acceso a una asistencia de larga duración de calidad. Entre los determinantes conductuales se encuentran el tabaquismo, la práctica de actividades físicas, la alimentación sana, el alcohol, etc. Están también los determinantes personales (herencia genética y factores psicológicos), los relacionados con el entorno físico (seguridad de la vivienda y en la ciudad, la disponibilidad de agua potable y aire puro, etc.) y sociales (apoyo social, violencia, abuso, nivel educacional) y los determinantes económicos (ingresos, protección social y trabajo). Estos determinantes tienen comportamientos y efectos diferenciados en distintos contextos culturales; por ejemplo, no es lo mismo envejecer siendo mujer indígena en una zona rural, que hombre inmigrante en una ciudad.

Este enfoque ha dado lugar a diversos esfuerzos académicos e institucionales por conocer la realidad de las personas mayores, relevando las diferencias que se sustentan en relaciones de género. En este contexto, este documento intenta describir el perfil de las mujeres adultas mayores considerando aspectos tales como características sociodemográficas, los niveles de exclusión al cual está sometida en indicadores tales como educación, salud, seguridad social, etc., su participación laboral y social y pertenencia a redes sociales.

Panorámicamente las estadísticas oficiales indican que en el año 2008 las mujeres mayores de 60 años son 1.159.173, lo que representa el 55,87% de los adultos mayores del país. El 57,32% reside en zonas urbanas, concentrándose en las regiones más densas, Metropolitana, Valparaíso y BíoBío. El 3,6% pertenece a algún pueblo originario, el 78,6% profesa la religión católica, un 42,7% se encuentra con pareja, casada o en convivencia y un 37,4% es miembro de alguna organización social.

Las mujeres adultas mayores tienen una esperanza de vida mayor que la de los hombres. Al 2002, una mujer de 60 años alcanzaría a vivir hasta los 83,72 años; no así los hombres que sólo alcanzarían hasta los 80,07 años. Considerando la mayor expectativa de vida de las mujeres, en el año 2002 se verifica un alto índice de feminización de la vejez (por cada 100 hombres de más de 60 años, había 130 mujeres mayores), aunque en comparación con las cifras del 1992 se registra un descenso en este índice de 4 puntos.

Adicionalmente, en términos de exclusión social de este segmento de la población, un 7,6% de las mujeres adultas mayores vivía bajo la línea de pobreza y 1,3%, bajo la línea de la indigencia en el año 2006. Esta condición socioeconómica es muy similar a la evidenciada por los hombres (7,4% de los hombres eran pobres). Sin embargo, las adultas mayores representan el 55,9% de la población mayor perteneciente al primer quintil de ingresos. Por último, los territorios que presentan una mayor concentración de pobreza femenina en la vejez son las regiones Metropolitana y del Bío Bío.

Las adultas mayores también presentan grados importantes de exclusión educacional por formar parte de generaciones que no experimentaron la universalización de la educación en el país. En efecto, un 11,6% de las mujeres mayores de 60 años no tuvo acceso al sistema educacional formal y un 13,7% de ellas son analfabetas, según el Censo 2002. Cifras similares e inferiores registran los hombres en esas edades: 9,8% no tuvieron acceso a la educación formal y 13,1% son analfabetos.

Con relación a la exclusión previsional se observa que dos de cada tres chilenas mayores de 60 años no recibe una jubilación al año 2006 y una de cada tres mujeres activas económicamente, después de los 60, cotiza para mejorar sus posibilidades de ingreso en el futuro o mantener su estándar de vida después del retiro laboral.

Con respecto a la afiliación a los sistemas de salud, un 98% de las mujeres mayores de 60 años se encuentra cotizando en un sistema de salud. Entre éstos, el sistema público entrega una cobertura a un 88,3% de la población femenina y las ISAPRE a un 5,3%; versus un 85% de cobertura pública y un 7% de cobertura de ISAPRE, en el caso de los hombres. Con relación a las condiciones de salud de las personas mayores, se observa que las mujeres presentan una morbilidad de un 31,6%, superando la presencia de enfermedades en los varones (23,3%).

A diferencia de lo que ocurre en los países desarrollados, en Chile una porción significativa de las adultas mayores son económicamente activas (en el año 2007 la cifra alcanzó un 13,18% frente a un 41,54% en el caso de los hombres). Esta cifra de participación laboral femenina después de los 60 aumentó en cerca de 4 puntos porcentuales en la última década; todo lo cual indica que alcanzar la edad de jubilación oficial no implica necesariamente el retiro del mercado laboral.

Es importante destacar que un 42,3% de las mujeres mayores de 60 años son jefas de hogar. Este antecedente sumado a una no despreciable participación económica contradice el estereotipo de una mujer que se torna pasiva en la vejez.

Entre las personas mayores, la desocupación tiende a ser inferior que entre las personas jóvenes y adultas. En efecto, en el último trimestre del 2007 sólo un 1,1% de las mujeres adultas mayores activas económicamente, y un 2,5% de los hombres, se encontraban buscando trabajo. Las mayores tasas de desocupación para las mujeres se registraban en las regiones de Aysén (4,62%), Maule (2,14%) y Metropolitana (1,73%).

Los ingresos percibidos por las mujeres ocupadas mayores de 65 años en el año 2005, ascendían a $178.000 como promedio mensual; los hombres, por su parte, percibían en igual período 1,4 veces más ($252.000). Por su parte, las mujeres adultas mayores trabajadoras asalariadas recibían un salario mensual promedio de $229.999, acortando las brechas con los hombres (salario mensual de $254.000 en promedio).

Un segundo aspecto que se analiza en el documento, corresponde a las brechas que se basan en relaciones de género que afectan a la población adulta mayor en nuestro país en los ámbitos de trabajo, ingresos, salud y vivienda.

En primer término, la revisión de las brechas de género que se asocian a la dimensión trabajo, reviste un especial significado en la población adulta mayor, debido a que se corroboran e incluso, en algunos ámbitos, se incrementan las conocidas diferencias entre hombres y mujeres observadas en las generaciones más jóvenes. Sintéticamente las principales brechas detectadas dicen relación con que:

• Se mantienen la menor inserción laboral de las mujeres en comparación a la de los hombres; sin embargo, a medida que aumenta la edad, la brecha entre ambos disminuye progresivamente. Si entre los 60 y los 64 el diferencial es de 40 puntos porcentuales, sobre los 80 años éste se reduce a un 9%. Esto, debe relativizarse puesto que en la última década, las brechas de inserción laboral se redujo mayormente en la población de adulta (-19%), mientras que entre los adultos mayores, sólo se redujo en un 7,7%.

• Un 27% de los jubilados y un 14% de las jubiladas mayores de 60 años, se ven obligados continuar trabajando o preservar sus empleos como una forma de compensar o complementar los ingresos provenientes de las jubilaciones o pensiones. Lo sorprendente es que este fenómeno se da con mayor fuerza entre la población que está por sobre la línea de la pobreza y desde la perspectiva de género, y corrobora que los hombres en la actualidad, pese a su ancianidad, siguen asumiendo el rol de principal proveedor para el hogar.

• La desocupación afecta con menor intensidad a la población adulta mayor en relación a las generaciones que la preceden, con una tasa del 1,1% en las adultas mayores y de un 2,5% en los hombres mayores de 60 años. Visto de otro modo, las mujeres en la vejez se desalientan más rápidamente que los hombres y por consiguiente engruesan más tempranamente el grupo de las personas económicamente inactivas.

• La mayor segregación de género, según la estructura del empleo tiende a darse principalmente en el trabajo asalariado, toda vez que el porcentaje de los hombres empleados alcanza el 51% y el de mujeres el 30%, pese a que el sector público permite albergar una mayor proporción de adultas mayores que hombres mayores, pero sin lograr revertir la incidencia del sector privado.

• El 65% de las adultas mayores tienden a desempeñarse en el sector informal de la economía, proporción que baja al 43% en el grupo de los hombres mayores, y por lo mismo tienen menores probabilidades de optar a beneficios previsionales futuros.

• Las mujeres mayores de 60 años en su conjunto enfrentan condiciones laborales más adversas que sus pares masculinos, verificándose que 41% de éstas se desempeña laboralmente sin tener un contrato formal de trabajo versus un 23% de los varones. Asimismo, las mujeres a partir de los 75 años trabajan más horas a la semana que los hombres, siendo el grupo de las octogenarias las que incluso superan las horas por semana que trabajan las mujeres entre 50 y 59 años.

Por su parte el examen de las brechas por razones de género en el ámbito de los ingresos de las personas adultas mayores cobra dimensiones que inclusive superan las diferencias entre hombres y mujeres identificadas en las generaciones de edades previas a la vejez. En una revisión panorámica de éstas inequidades se tiene que:

• La menor inserción laboral de las mujeres adultas mayores en épocas pasadas y en la actualidad, les juega en contra a la hora de generar ingresos que les permitan alcanzar su autonomía. Por tal motivo, no es menor el dato que un 25% de éstas pertenezcan al grupo de personas sin ingresos, es decir, no reciben ningún tipo de ingreso, ni del sistema de previsión social, ni del trabajo, ni tampoco transferencias asistenciales provistas por el Estado. Afortunadamente, una porción de ellas vive en hogares acomodados.

• Tampoco es menor, y por el contrario más preocupante aún, el que un 19%, es decir 225.581 mujeres adultas mayores dependen exclusivamente de los ingresos de su cónyuge como jefe de hogar. En contrapartida, los adultos mayores que no reciben ingreso alguno solo constituyen el 5% de este grupo poblacional y a la vez un 15% de éstos corresponden a jubilados que continúan trabajando generando mayores ingresos.

• El 50% de los hombres adultos mayores recibe ingresos por jubilación, en consonancia con la mayor inserción laboral en la edad activa, superando ampliamente a las mujeres en iguales circunstancias, pero que se extrema cuando se superan los 80 años. A ello debe agregarse la brecha en función del monto de las jubilaciones percibidas por las mujeres, las que en promedio al año 2006 no superaban el 75% de las pensiones percibidas por los varones.

• Estadísticamente se comprueba que conforme aumenta la edad, los adultos mayores ganan cada vez más que las adultas mayores, haciéndose incluso más amplia la brecha de ingresos por trabajo en comparación a las generaciones anteriores. Además, es el sector urbano en donde se verifica con mayor agudeza la brecha en perjuicio de las mujeres: al año 2006, una mujer urbana mayor de 60 años recibía por su trabajo una remuneración de $149.595 menos que la de un adulto mayor.

• A medida que aumenta el nivel educativo, el quintil de ingresos del hogar en que residen las personas y las mayores oportunidades del mercado laboral, se profundizan las brechas salariales o remunerativas por razones de género.

• A iguales cargos y responsabilidades laborales, los ingresos de los adultos mayores superan ampliamente a los que perciben las mujeres mayores de 60 años. Por ejemplo, una mujer trabajando por cuenta propia gana en promedio una remuneración mensual equivalente al 62% de lo que genera un hombre en las mismas condiciones, y una empleadora ganan un 57% de lo que recibe un varón empleador

En tercer lugar, el examen de las desigualdades de las condiciones de salud permitió detectar que las condiciones de envejecimiento saludable de los hombres y mujeres mayores de 60 años presentan diferencias basadas en razones que se asientan en el orden de relaciones de género de nuestra sociedad. Fundamentalmente, las principales brechas desde un enfoque de género dicen relación con:

• A partir de los 60 años la mortalidad afecta en menor medida a la población femenina en prácticamente todos los intervalos etários, como consecuencia de ello, a nivel nacional, los hombres mueren en promedio a los 76 años y las mujeres a los 78. Desde el punto de vista de las causas por enfermedades específicas, las enfermedades del sistema digestivo son las que acortan la vida de los adultos mayores hombres, en promedio hasta los 73 años. En el caso de las mujeres los tumores representan el primer riesgo de acortamiento de años de vida (hasta los 75,5 años).

• Durante la tercera edad, las mujeres presentan una tasa de morbilidad 8,3 puntos porcentuales por encima de los hombres. Específicamente, las mujeres son más vulnerables que los varones a padecer enfermedades de tipo crónico y episodios agudos (78% de las mujeres mayores de 75 años padece enfermedades crónicas, y un 50% ha padecido recientemente enfermedades agudas).

• Las mujeres presentan mayores tasas de accidentalidad que los hombres, desde los 45 años, en todos los grupos etarios. La casa es el principal espacio de vulnerabilidad en ambos sexos, sin embargo, en al caso de las mujeres, éstas son más proclives a padecer accidentes en la calle tanto de tránsito, como por otras causas, que los hombres.

• Desde el punto de vista de la dependencia funcional, en el caso de la población adulta mayor según avanza la edad, aumenta la prevalencia de la discapacidad y afecta mayormente a las mujeres. De mantenerse las tendencias actuales, es posible estimar que en el año 2010, 531.175 mujeres y 334.524 hombres mayores de 60 años (el 43,1% y 34,1% de la población adulta mayor estimada para esa data) serán personas que necesitarán cuidadores, ya sea algún familiar o un(a) cuidador(a) domiciliario(a) que ayude al adulto mayor en sus actividades cotidianas.

• Desde el punto de vista de los factores de riesgo se constatan diferencias de género en el consumo de tabaco, alcohol y estado nutricional: en la adultez mayor hay una importante mayoría de hombres que consumen tabaco, por sobre las mujeres (en promedio, después de los 45 años, las tasas de consumo de tabaco en los hombres supera en 7 puntos porcentuales a la de las mujeres); los hombres adultos mayores presentan mayores tasas de consumo problemático de alcohol que las mujeres y al traspasar los 75 años de edad, la brecha se acorta, llegando los niveles de consumo en el caso de de las mujeres casi al 0%, mientras que entre los ancianos se mantiene por sobre el 10% de la población; finalmente, en el año 2006, 18 de cada 100 mujeres mayores de 75 años estaba desnutrida, casi 10 puntos porcentuales más que los hombres de la misma edad. En el mismo año de cada 10 mujeres, 3,5 presentaban problemas de sobre peso u obesidad. En el caso de los hombres, en el mismo año 2,8 hombres de cada 10 mayores de 75 años, presentaron iguales condiciones de malnutrición.

• En términos generales, la desprotección del sistema de salud privado y público es bastante reducida en la población mayor de 60 años, en comparación con la desprotección de la población entre 15 y 59 años. No obstante, las tasas de desafiliación al sistema de salud tienden a ser menores y más estable en las mujeres a lo largo de los años después de los 60, en comparación con los hombres adultos mayores.

• Desde el punto de vista de la satisfacción de las demandas de atención de salud de la población adulta mayor, se verifica que las mujeres son usuarias más activas y frecuentes de las instituciones de salud. En relación con la medicina general, hay una clara mayoría de atenciones por parte de las mujeres, mientras que en el caso de la medicina de especialidades, muy significativa en las personas mayores, las mujeres consultan alrededor de un 5% más que los hombres.

Por último, en relación a las brechas de género que se asocian a la dimensión vivienda, se debe destacar que éstas son bastante mínimas y tienden a equilibrarse según se mire desde la perspectiva de la tenencia de la propiedad y de la titularidad en la postulación o, bien desde la perspectiva de las condiciones de habitabilidad. Una revisión detallada de estos dos aspectos puede resumirse en la siguiente puntualización:

• Un 86,5% de los jefes de hogar adultos mayores es dueño de un bien raíz para uso habitacional, mientras que en el caso de las jefas de hogar este porcentaje desciende a 83,9%.

• En el grupo de población adulta mayor de escasos y menores recursos que se encuentran postulando a programas habitacionales, ya sea para adquisición o reparación, llama la atención que siendo las mujeres quienes realizan la tramitación, sean los varones y particularmente un 7,8% de los ocupantes irregulares, quienes aparecen como postulantes en comparación a un 2,3% de las mujeres mayores en iguales condiciones.

• Las mujeres adultas mayores exhiben mayores proporciones – aunque leves - en cuanto a la calidad constructiva de las viviendas en las que residen. 66% de ellas vive en una vivienda con una buena conservación de sus pisos, techumbre y muros, mientras que el porcentaje en sus coetáneos masculinos es del 65%. Ello, se vincula a que 14 de cada mil hombres de la tercera edad habitan viviendas no convenciales versus una proporción de 7 de cada mil mujeres mayores de 60 años, que habitan en rucas, ranchos, mejoras, o viviendas móviles.

• Similar tendencia ocurre con el saneamiento básico de las viviendas en las que habitan las mujeres mayores de 60 años, exhibiendo porcentajes o tasas superiores a las de los hombres en relación a la conectividad a las redes públicas de alcantarillado, agua potable y electricidad. Lo mismo vuelve a darse cuando se verifica que un 7,5% de los hombres mayores vive en condiciones de hacinamiento, frente a un 7,1% de las adultas mayores.

La ampliación y detalle de la descripción del perfil de las adultas mayores presentado sintéticamente en esta sección, se complementa en el Capítulo I, el cual se formula a partir de las últimas estadísticas nacionales disponibles para la población mayor de 60 años y en algunos casos, se considera la población mayor de 50 años para establecer tendencias y comparaciones.

La estructura de este primer capítulo contempla cuatro secciones que desarrollan los siguientes ámbitos temáticos:

1. Perfil demográfico que describe la población mayor en cuanto a su tamaño, distribución etaria, región y zonas de residencia, y los principales cambios demográficos.

2. Perfil sociocultural que caracteriza la situación de vulnerabilidad y la diversidad sociocultural

3. Estatus económico y productivo que aborda la participación laboral, el acceso a jubilación y los ingresos.

4. Condiciones de integración social en la vejez que da cuenta de algunos aspectos de las relaciones afectivas, sociales y políticas de los adultos mayores.

Por su parte, el Capítulo II revisa los aspectos más significativos para comprender las diferencias en las condiciones de vida de las mujeres y hombres adultos mayores y pone en evidencia diferencias sustantivas que se asientan en relaciones de género. Dicho capítulo se estructura en 4 secciones las que ahondan desde un enfoque de género en los siguientes aspectos:

1. Desigualdades en el trabajo

2. Brechas de Ingresos

3. Inequidades de género en salud

4. Brechas de género en la tenencia de la vivienda y condiciones de habitabilidad.

Finalmente, en el Capítulo III se recogen las principales conclusiones a que se arriba en base a la evidencia estadística recopilada, destacando las principales inequidades en los cuatro ámbitos estudiados, desde un punto de vista de las relaciones de género.
Este documento espera aportar una mirada amplia y reveladora sobre las principales desigualdades de género que afectan a la población mayor de nuestro país, contribuyendo con ello a la generación de políticas públicas que no solo redunden en el mejoramiento de la calidad de vida de los adultos y adultas mayores, sino que dicho bienestar sea en condiciones de mayor equidad y justicia.

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