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Argentina. Estrategias para promover la lectura. Desde hace siete años, abuelas recorren colegios y comparten textos con los chicos

Martes, 19 de Agosto de 2008
Aprendizajes y Experiencias

Los cuentos en el aula, el mejor recreo

La Nación.com.ar
18/8/2008.

RESISTENCIA.- Cuando las abuelas entran al aula, comienza un recreo muy especial. Rompen la rutina y producen el milagro de la lectura.

"Es la lectura por puro placer. Algunos chicos hacen devoluciones espontáneas, con algún dibujo, pero les pedimos a los maestros que no les hagan hacer ningún trabajo sobre el cuento que les leyeron, para no perder el significado de la lectura", explicó Natalia Porta López, coordinadora en esta ciudad del Programa de Abuelas Cuentacuentos, que desde hace siete años recorren escuelas y hospitales para "dar de leer" a los niños.

El proyecto, creado por la Fundación Mempo Giardinelli, con una experiencia inicial de seis voluntarias, es un "cóctel de afecto más literatura de calidad", definió el escritor chaqueño, que el sábado último cerró el 13° Foro Internacional por el Fomento del Libro y la Lectura, donde escritores, intelectuales y docentes reflexionaron en mesas redondas y compartieron experiencias en talleres realizados en más de 20 escuelas, bibliotecas e instituciones de la ciudad.

La lectura que reciben los chicos no es aleatoria. Cada abuela (hay también en el programa abuelos y voluntarios que aún no llegaron a esa etapa de la vida) no sólo se compromete a ir semanalmente a una escuela, sino que siempre les lee a los mismos chicos.

Pero no leen cualquier texto. Todas usan el mismo material. Hay trabajos en equipo, reuniones, planificaciones, instancias de capacitación, instructivos y sistematización de los datos que se van evaluando. Una de las principales consignas, por ejemplo, es no hacer narraciones orales, sino leer.

Autores y edades

Las lecturas responden a las distintas edades. Por ejemplo, para chicos de 5 a 7 años se seleccionan cuentos de Carlos Silveyra, Laura Devetach, Hebe Solves, Graciela Repún, Graciela Bialet y María de los Angeles Torme, entre otros autores. La etapa siguiente -de 8 a 10 años- suma textos de Silvia Schuijer, Gustavo Roldán, Graciela Cabal, Mónica Pironio, Luis María Pescetti, y para el tramo de 11 a 14 años se seleccionan textos de Ema Wolf, Ricardo Mariño, Elsa Bornemann, Marcelo Birmajer, Jimena Tello y Mempo Giardinelli, entre otros.

No faltan, por supuesto, textos de María Elena Walsh, Graciela Montes, Ana María Shua, Santiago Kovadloff y Osvaldo Soriano, ni clásicos de Charles Dickens, Mark Twain, Oscar Wilde, Antonio Machado y Anton Chejov, lo que da idea de la variedad y la riqueza de los textos seleccionados.

La experiencia no sólo gratifica a los chicos. "Leer es una fuente de placer. Y a las abuelas nos da un sentido de utilidad social", admitió Claudia Preto, bibliotecaria de Carcarañá, en Santa Fe. "La lectura es un derecho y la clave es la continuidad", dijo Rosita Pobor, que desde hace dos años coordina un grupo de diez mujeres voluntarias en escuelas de Río Tercero.

"Yo les digo siempre a los chicos que voy a la escuela para leerles, pero dentro de un tiempo ellos van a tener que venir a leerme a mí", comentó Noemí Grassetti, que integra un grupo de mujeres lectoras de Luján.

Su compañera María Esther Allende, coordinadora de los 18 grupos de voluntarios de Luján, resumió: "La idea es generar un vínculo permanente. Las abuelas de sangre no tienen hoy mucho tiempo o no están con los chicos. Somos como abuelas adoptivas".

La buena experiencia de lectores voluntarios, reconocida con premios internacionales por la Unesco y la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI), ha dado lugar a otros programas.

"A partir de un acuerdo con la Sociedad Argentina de Pediatría promovimos la figura de los lectopediatras voluntarios: los médicos organizan su sala de espera con afiches que fomentan la lectura y materiales de buena literatura", contó Mempo Giardinelli, satisfecho con la iniciativa.

Comprometidos con esta campaña, muchos pediatras ofrecen una pequeña biblioteca en las salas de espera, llenan una ficha con la "historia lectora" de los chicos, al estilo de una historia clínica, y recetan cuentos a sus pacientes, a partir de un "vademécum de cuentos", organizado por edades.