Guatemala. Los ancianos que acuden al Centro de Atención Médica Integral para Pensionados deben soportar malos tratos y humillaciones para ser atendidos

Martes, 07 de Agosto de 2007

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Camip: calvario para los jubilados y pensionados

Prensa Libre
4-agosto 2007.


Desde las 4 horas, en los pasillos del Centro de Atención Médica Integral para Pensionados (Camip), cientos de ancianos aguardan de pie para ser atendidos, y ese es tan sólo el principio del infierno que deben pasar a cambio de que sus dolencias sean atendidas.

La historia se repite día tras día, sin que las autoridades de esa unidad tomen acciones.

Basta con visitar cualquiera de las salas del Camip, a donde asisten los jubilados y pensionados del Instituto Guatemalteco de Seguridad Social (IGSS), para confirmar el trato inhumano y la mala atención de que son objeto los pacientes.

El calvario comienza por el trato que reciben del agente que resguarda la puerta, quien no cuenta con la capacitación necesaria para cumplir la función de repartir los números y orientar a los ancianos.

Luego están las empleadas de las salas de consulta, que acostumbran llamar a gritos a los pacientes, porque no cuentan con un micrófono o altavoz. Por la edad, o bien porque se quedaron dormidas después de haber madrugado a las 3 ó 4 horas, muchas personas no escuchan el llamado y pierden su turno. Entonces deben soportar los malos tratos y descalificaciones de los empleados.

Según el caso, la visita al Camip puede tomar de ocho a 12 horas, y de dos a cuatro interminables filas: una para recibir el número, otra para pasar con el médico, una más para entregar la receta, otra distinta para que les devuelvan la receta autorizada, otra para ir a la farmacia y, muchas veces, enterarse, hasta allí, de que el medicamento que les prescribieron está agotado.

Esta es la historia diaria del Camip, una institución que no brinda caridad, sino un servicio que desde hace muchos años los jubilados y pensionados pagaron con su aporte.

¡Haga memoria!

Abelardo Navarro, de 77 años, salió un día antes de Poptún, Petén, hacia la capital. A las 5 horas estaba en la interminable fila de los pacientes que acuden en busca de medicina. El guardia de la puerta, la única persona que atiende a esa hora, le dio un diminuto cartón con el número 63, y no emitió palabra.

Abelardo buscó su puesto en la fila y, de pie, recostado en la pared, con los brazos cruzados, no podía evitar cabecear.

"La última vez que vine a consulta médica fue el 14 de abril, y me pusieron la próxima hasta el 14 de diciembre; a ver si estoy vivo para entonces. Pero tuve que venir porque la medicina para el estómago ya se me terminó", contó.

A eso de las 6.30 horas, la fila comenzó a avanzar, mientras tres empleados, detrás de un mostrador, se encargaban de recoger los carnés. Según el número, les indicaban a los pensionados la hora en que debían estar "abajo del toldo" (en el patio principal), para que les entregaran la receta.

Los más afortunados, los primeros 20, tendrían que esperar tres horas y media para llegar "al toldo", pues el primer grupo de recetas se entrega a las 9.30 horas. El segundo pasa a las 10, y el tercero, a las 11.30.

Después de eso, les toca hacer una nueva fila, para poder reclamar los medicamentos en la farmacia, siempre y cuando logren llegar.

Abelardo no tuvo esa suerte, y no imaginaba que le esperaba una interpelación al llegar al mostrador. "¿Qué medicamentos viene a traer?", le preguntaron, sin ningún preámbulo ni los buenos días.

"¿Cómo dice, señorita?", le respondió Abelardo, acercando su oído derecho, porque desde hace años apenas oye con el otro.

"¡Que qué medicamentos toma!", exclamó quien lo atendía.

"No recuerdo los nombres, pero son los del estómago", le dijo el paciente.

"¡Ay, Dios, papaíto! Aquí tienen que saberse los nombres de memoria, o que alguien se los apunte en un papel, porque perdemos demasiado tiempo buscándolos", y se volteó de mala gana hacia la computadora, mientras Abelardo se excusaba: "Es que son tantas. ¿Qué me voy a recordar de todas, si se llaman parecido?"

En menos de dos minutos la empleada encontró en los registros lo que Abelardo buscaba: Lanzoprasol, un fármaco para el tratamiento de las úlceras.

Pese a que ya sabían lo que tomaba, se tuvo que ir con las manos vacías porque, según disposiciones del Camip, a diferencia de los demás medicamentos, los gástricos se entregan exclusivamente en las clínicas, cuando el paciente pasa a consulta con el médico.

"Pero, seño, si con el doctor tengo cita hasta en diciembre, y ya no tengo medicina. ¿Qué voy a hacer?", preguntó Abelardo.

Habría tenido que esperar el turno de la tarde, perder el bus de regreso a Poptún y buscar una pensión donde dormir. Optó por marcharse.

¿Y sus derechos?

Historias como la de Abelardo se repiten todos los días en el Camip. Muchos ancianos deben esperar hasta seis horas para llegar a la farmacia y enterarse de que la medicina está agotada, y luego recurrir a una ventanilla para que les sellen el carné con una fecha que no será antes de seis u ocho meses, a fin de que el médico los examine y extienda una nueva receta. En la actualidad, la citas se programan para febrero o marzo de 2008.

Tres pacientes que padecen de la próstata pueden dar fe de ello. "Para entonces, puede que ya estemos muertos", comentan.

En el Camip, la paciencia no es una virtud, es una obligación; más aún si, por mala fortuna, la cita cae en miércoles. Ese día los médicos se reúnen, y todo el proceso para las consultas se inicia casi a las 10 horas.

Julia Ávalos intentó explicarle eso a su hermana Odilia, de 74 años y quien padece de diabetes, lo cual le causó ceguera e insuficiencia renal crónica.

Odilia gemía de dolor, sentada en una silla. Estaba allí desde las 6 horas y no había forma de que la consulta comenzara.

Del otro lado, Guadalupe Fajardo, de 71, contaba con ironía cómo el año recién pasado le habían ordenado una radiografía de las rodillas -padece de artritis- y, casi un año después, le iban a contar cómo había salido.

"Un año después, esa radiografía ya no sirve. ¿Qué me van a decir, si estoy cada vez peor?" Esta maestra, que durante 33 años enseñó a leer a 50 niños, en promedio, cada año, cuenta que su desesperación llegó a tal punto que una concuña le puso vendajes de cal con miel, que le quemaron la piel.

Descuidos peligrosos

Lo que le sucedió a Julio Osorio no se puede creer. Tuvo que ir a una cita, "por colaboración", pues la última vez que llegó para recoger medicina para la presión alta, uno de los empleados de la farmacia le anotó mal la dosis y se quedó con la receta.

"Ya decía yo: ¿pero por qué se me terminó tan rápido la medicina, si todavía me falta un mes?, y qué si me apuntaron aquí (señala el empaque de la medicina) que era una pastilla cada día, y el médico me había mandado nada más media cada día. Menos mal que estoy tan jodido que ya nada me hace mal", relata.

Ana Morales asegura que ella acompaña a sus padres para recibir los fármacos que les entregan cada dos meses, pues no soporta los maltratos que da el personal administrativo a los ancianos que acuden solos.

Carlos Vásquez, jubilado de 74 años, dice que, por lo regular, sale a las 15 horas, agotado, sin probar comida y deprimido, porque más de algún empleado lo ha hecho sentir como carga, como un marginado al que le hacen un favor.

"¿Qué pasó con la calidez con que el IGSS iba a tratar a sus pacientes durante esta administración? ¿Será que los adultos mayores son caso aparte?", se preguntan los afectados, quienes coinciden en decir: "Pagamos por estos servicios durante 30 años, y ahora nos tratan como si fuéramos mendigos".

Maltrato: Respeto a su dignidad

Ana María Escobar, procuradora de la Tercera Edad, de la Procuraduría de los Derechos Humano (PDH), considera que es grave hacer pasar a los pensionados y jubilados por tantas trabas burocráticas.

Agrega que el Camip fue concebido como una bendición para muchos adultos mayores; sin embargo, la poca capacidad de sus instalaciones y el servicio centralizado en la capital son grandes limitaciones.

Debido a las constantes quejas y denuncias de maltratos y atención deficiente, la PDH ha efectuado inspecciones en esa unidad, las cuales han permitido detectar problemas en el funcionamiento.

"Las instalaciones no son adecuadas para atender a adultos mayores, y no hay personal capacitado para ayudar a estas personas", expresa Edeliberto Cifuentes, jefe de Unidad de Investigación de la Procuraduría de los Derechos Humanos.

El funcionario constató la semana pasada el mal trato a los jubilados.

Justificación: Culpan a la deuda millonaria

Juan Roberto Morales, jefe del Departamento Médico de Servicios Centrales del Seguro Social, opina que la deuda millonaria que por años el Estado ha mantenido con la institución ocasiona que el servicio que se presta no sea el ideal. Si se contara con más recursos, asegura, se podría construir más infraestructura y contratar a más personal calificado, con mejores sueldos, para que dé atención de calidad.

Morales señala que el IGSS tiene cubierto el 95 por ciento del abastecimiento de medicamentos, pero factores externos -como la Ley de Contrataciones dificultan la adquisición de fármacos.

Las constantes quejas de los jubilados y pensionados han obligado a que se integre una comisión de alto nivel, para buscar soluciones.

Morales dice que entre esas soluciones está el programa "Servicio con calidad", el cual se espera impulsar pronto, para brindar un mejor trato a los adultos mayores. También se ha creado el programa de voluntariado, con los mismos jubilados, quienes ayudan a otros a adquirir las recetas o a visitar al médico.

Indiferencia: Ni examinan

"El anterior urólogo me examinaba y veía si la medicina me hacía sentir bien, pero lo trasladaron de unidad. El actual, el primer día ni siquiera me vio, sólo me dijo que el tratamiento había terminado y que estaba bien", cuenta Benjamín, quien cree que tiene cáncer.

Se siente desamparado, pues los dolores lo siguen castigando, y no tiene dinero para acudir a un médico particular.

Actitud: Indolencia

Mala atención en el Camip.
La actitud del personal es ofensiva y agresiva.
La policía se encarga de entregar los números.
Los ancianos deben madrugar.
Hacen largas colas para recibir recetas y medicinas.
Pasan hambre mientras esperan los medicamentos.
Cuando llueve, quedan hacinados en los corredores.