Ricardo Iacub
Las viviendas colaborativas, o cohousing, son formas residenciales cuyo objetivo es sentirse parte de una comunidad y cuidar de ciertos valores o intereses comunes tales como la ecología, una vida saludable, gastar menos, o simplemente, por ser adultos mayores. Es sobre este último grupo al que me referiré, a partir de una película franco alemana, “Y si viviéramos todos juntos” (Robelin, 2012) que da lugar a pensar las razones por las que personas que envejecen querrían convivir.
Los personajes representan sujetos políticamente activos, intelectuales, con relaciones familiares con relativa distancia, y mucha cercanía con sus amigos. Podríamos pensar que aquellos jóvenes de los 60, ya grandes, con los mismos ideales libertarios y de justicia social, llegan a una edad donde encuentran necesidades de apoyo y cuidado ante ciertos problemas de salud. Sin embargo es allí donde, ni la familia cumple con las expectativas personales, ni sus propios ideales de autonomía aceptan controles altamente desiguales como los que profieren esos hijos, por ejemplo en la internación de uno de los personajes en una residencia para mayores.
El grupo de amigos toma relevo evitando los lugares no deseados y buscando mantener un estilo de vida similar al que tuvieron a lo largo de su vida. Para ello organizan una vivienda colaborativa, acompañados de un joven alemán antropólogo que los cuida y estudia el fenómeno.
¿Qué presenta y, en alguna medida, anticipa este filme? Los cambios biopsicológicos que imprime la edad, junto a ciertas patologías que pueden resultar más frecuentes, traen antiguas necesidades de apoyo y atención pero que no pueden ser satisfechas de las mismas maneras. Elegir cómo, cuándo y cuánto cuidarán de uno, o quién lo hará, pareciera ser un ideal actual que no debería modificarse por la edad.
Para muchos la cuestión pareciera radicar entre la casa o la residencia para adultos mayores. En términos generales es indudable que la primera es más deseable que la segunda, pero ¿sería más deseable frente a otras alternativas?, o ¿en qué medida permite sortear algunos de los cambios que plantea el envejecimiento?
La casa o el hogar representa un espacio de seguridad y de continuidad de sí; pero ¿lo es para todos y siempre de la misma manera?, acaso ante ciertas limitaciones, no puede convertirse en un ámbito solitario, de difícil manejo y escaso control que pueda generar un alto nivel de estrés.
La oferta de cuidadores domiciliarios ha sido un extraordinario recurso para lidiar con las dificultades de la vida cotidiana; para otros contar con la teleasistencia, es decir mecanismos de llamado a una central de escucha y detección de peligros, permitió una vivienda más segura con un mínimo de intervención. Sin embargo no todos aceptan un cuidador en la casa por los temores que genera, y menos si el número de personas que deben atenderlos es muy grande; así como tampoco cuando los niveles de dependencia son muy altos ciertas formas de asistencia pueden ser insuficientes. La tendencia es que la vejez sea una etapa cada vez más larga, con vivencias diferenciadas en donde alternarán momentos y grados de mayor o menor independencia e incluso de autonomía.
La actual generación de mayores ha visto a sus padres depender demasiado de ellos, no haber sabido enfrentar los desafíos de ciertos envejecimientos y no quieren repetir esas mismas experiencias. Por ello la vivienda colaborativa volvió a preguntarnos: ¿es posible hacer algo diferente?; ¿por qué no permitir dar las cartas de nuevo y pensar cómo y con quién vivir? y ¿cuándo es posible elegir ciertas opciones?
Desde hace algunas décadas experiencias internacionales y nacionales vienen ofreciendo planes de vivienda muy variados. Existen adultos mayores alojados en departamentos que comparten con otros organizados por gobiernos locales; viviendo en hoteles, con la facilidad de una habitación céntrica y cierta compañía; en barrios con algunos servicios comunes, además de las residencias para adultos mayores, más pertrechadas para personas con altos niveles de dependencia, entre muchas otras que perfilan estilos de vivienda donde es difícil decir qué es lo mejor para quién y en qué momento.
Lo más interesante de las viviendas colaborativas por edad, más allá de cierto negocio inmobiliario, es habilitar a la imaginación y a las estrategias comunitarias para convivir, disfrutar, evitar la soledad y, porque no, conformar un proyecto. Vivir entre amigos, cooperar con vecinos, en lugares diferentes es la tendencia que se promueve.
Canadienses adultos mayores suelen pasar casi 6 meses del año en Florida, viviendo en casas rodantes; escandinavos residen por temporadas en ciertas zonas de Tailandia, o estadounidenses viven en barrios cerrados para gente grande. Pero también aquí hay personas que migran a zonas turísticas o que eligen vivir en edificios con personas de la misma edad. Ninguna de estas es una solución tan extendida, ni para siempre, pero expresan tendencias valiosas y además, si se pueden disfrutar, ¿quién quita lo que queda por bailar?
La demografía indica que se vivirá más pero, a medida que la edad aumenta habrá un incremento de discapacidades. Saber elegir implica no perder la autonomía antes de tiempo, y por ello las formas colaborativas pueden facilitar seguir decidiendo tanto como sea posible.
Fuente: Clarín - 7/03/2017.
http://www.clarin.com/opinion/elegir-vivir-mejor-vejez_0_By0dyhdqx.html