Viejo: la palabra que merece dignidad y respeto

Martes, 13 de Enero de 2015

Canal: Envejecimiento y vejez

Kléver Paredes B.

Para abordar este tema -necesariamente- se debe partir de una pregunta: ¿Cuándo recurrimos a la palabra viejo o vieja, desde nuestra cotidianidad?

En Ecuador la palabra viejo, con frecuencia, se utiliza de manera peyorativa para desmerecer a otra persona. Es común escuchar expresiones como: “viejo hijo de tal y cual; vieja loca; viejo feo; la vieja de tu abuela; viejitos, abuelitos; ya estás viejo, ya no sirves”.

La palabra viejo está a la par de un insulto y se utiliza en todas las edades. Por ejemplo, el estudiante que busca desmerecer a su profesor, a la primera palabra que recurre es ‘vieja’ o ‘viejo’, seguido de otro calificativo negativo. Igual sucede entre personas de edad avanzada, “yo no me junto con esos viejos”.

Para las mujeres, la vejez es un tema prohibido durante una conversación. Llamarle vieja puede sonar como el peor insulto. Es frecuente en los cumpleaños, por ejemplo, que al indagar la edad de la homenajeada, ella responda: “esa pregunta no se hace”. Todo por el temor a la negación, a la discriminación de la sociedad. Belleza igual a juventud, mientras lo feo es lo viejo.

Hace pocos días terminó el año 2014 y de igual forma es frecuente escuchar: “hay que quemar todo lo malo. Lo viejo”. Y parte de este deseo incluye también molerle a palos o llenarlo de petardos al monigote que representa al año que termina.

En la figura del viejo se representa la adversidad de la vida, sobre todo lo bueno que puede representar cada año. Así, a través de una costumbre muy arraigada en la sociedad, de manera inconsciente, se fortalece el deterioro progresivo de la imagen del viejo.

Parte de la esencia de la cultura es el ser y hacer, cómo un pueblo construye una identidad propia. Construcción social y dialéctica que no es un accidente fortuito sino el factor clave de estructuración del ser humano y de las relaciones con los demás.

Viene al caso esta reflexión sobre cultura para entender la compleja realidad que viven los viejos en Ecuador y -sobre todo- para propiciar un cambio, desde nuestra propia vivencia, hacia una sociedad incluyente y en donde el buen vivir sea para todas las edades.

A finales del año pasado se realizó el primer encuentro en Bogotá, Colombia, ‘Lo viejo y lo nuevo sobre información sobre viejos’, dirigido por el maestro Javier Darío Restrepo, director del consultorio ético de la Fundación Gabriel García Márquez para un nuevo Periodismo Iberoamericano. Entre los objetivos de este evento: ¿Cómo sacar el máximo provecho del envejecimiento poblacional? ¿Cómo puede contribuir el periodismo a cambiar los paradigmas que se tienen sobre la vejez? ¿Cómo narrar historias periodísticas sobre viejos sin caer en clichés y con un verdadero valor de servicio público?

Una de las principales conclusiones apuntó a la tarea que deben asumir los periodistas y medios de comunicación “para restituir a las palabras su identidad. Viejo es una palabra digna, por qué el miedo a decirla, por qué utilizar eufemismos que nos acercan más a la mentira. Yo soy feliz de ser viejo”, reitera Javier Darío Restrepo.

La vejez también es una fortuna para las otras generaciones cuando transmite esperanza. Sé que al decirlo, dice Restrepo, puedo provocar en ustedes un choque de estereotipos porque la esperanza solemos figurarla en la niñez, ellos son el futuro; en los jóvenes, ellos son la esperanza de la sociedad, de sus familias, del mundo; en los adultos, sean políticos, gobernantes, empresarios, profesionales, ellos construyen la esperanza. Pero el viejo no se ve ni como el futuro de nada, ni como la esperanza.

Restrepo insiste en el papel de los medios de comunicación para restituirles a los viejos la dignidad y respeto que se merecen. “Estos viejos problema y estos viejos rareza, que predominan en estos momentos dentro del imaginario de los medios de comunicación, no son la realidad del viejo. Sentimos que allí aparece una mirada incompleta, por lo superficial y porque prescinde de una visión amplia, no limitada por la fascinación que produce en la prensa el hecho caliente, o el suceso espectacular. Sentimos que ser viejo es más que eso”. ¿Cuál es, entonces, el viejo que los medios y la sociedad deberían encontrar?

Según la Real Academia de la Lengua, viejo o vieja “se dice de la persona de edad. Comúnmente puede entenderse que es vieja la que cumplió 70 años”. Cuando se busca la definición de la vejez y el proceso de envejecimiento, referido a seres vivos, en diccionarios y enciclopedias se refiere a los aspectos biológicos, así la vejez es la calidad de viejo, asociada al deterioro físico, psíquico y al último período del ciclo vital. Desde el punto de vista biologicista, la vejez aparece como resultado de un proceso de envejecimiento, entendiendo este último como el conjunto de modificaciones inevitables e irreversibles que se producen en los seres vivos cuyo final es la muerte.

Sol Tarrés Chamorro, antropóloga de la Universidad de Sevilla, España, aclara que una cosa es la definición de la vejez y otra es su conceptualización, qué es lo que significa para nosotros, y qué es lo que se asocia a este término. Y es aquí donde encontramos una gran diversidad y relatividad en cuanto a elementos y concepciones respecto a qué es lo que engloba este concepto, ya que el proceso de envejecimiento no es igual para todos los seres humanos ni en todas las épocas históricas.

Ante el evidente envejecimiento poblacional, la Organización Mundial de la Salud (OMS) considera que “el envejecimiento no es simplemente un proceso físico, sino más bien un estado mental y en ese estado mental estamos presenciando el comienzo de un cambio revolucionario”.

Pero, ¿en qué medida el envejecimiento y lo viejo son conceptos utilizados a favor de ese cambio revolucionario?

Los viejos desde un punto de vista económico, resalta Sol Tarrés Chamorro, son jubilados y asilados, que se convierten en la práctica en personas de segunda categoría, en tanto que ya no son productivas ni van a producir en el futuro. Se los mira como una carga para las arcas públicas aunque, políticamente, se mejoran sus pensiones y la asistencia social que tienen derecho a percibir en función del voto que se espera conseguir de ellos.

Desde la posición social, en cambio, se habla del ‘viejo del pueblo’ en unos casos (con una cierta carga peyorativa) y del ‘anciano’ o persona de edad (edad, término indefinido y difícilmente asible) cuando se refiere a alguien de clase alta o con un alto poder adquisitivo. No es lo mismo un jubilado que un asilado en el imaginario popular.

El viejo no es importante para la sociedad contemporánea y tampoco tiene un rol definido para expresar su verdadero potencial. Contrariamente a esta realidad, todas las proyecciones indican que cada vez existirán más viejos.

La población latinoamericana está envejeciendo y se estima que en los próximos 50 años la proporción de mayores de 60 años se triplicará, según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal).

Los mayores de 60 años en el 2000 representaban el 8% de la población latinoamericana, pero las proyecciones indican que para 2050 una de cada cuatro personas será ‘una persona mayor’, una proporción equivalente al 23,4% de la población total, con una cifra que sobrepasará los 184 millones de habitantes. Se trata de una población que crece rápidamente (3,5% anual) y con un ímpetu mayor que el que muestra la población en edades más jóvenes.

¿Qué hacer entonces con los viejos? Se pregunta Javier Darío Restrepo. Por ahora, la sociedad trata de “sacarlos de circulación, porque son como una carga y quitan trabajo a los jóvenes”. Frente a esto, dice, el reto de los periodistas, los medios y las sociedades es ir contra esta corriente cultural. Mirarlos como una solución y no como un problema.

Cabe entonces preguntarse: ¿Qué tipo de sociedad estamos construyendo? Si los ‘viejos’ son relegados al pasado, ¿cuándo tendrán el derecho a decir que también son el presente y futuro de una sociedad que los respete y dignifique en su justa medida?

Del respeto a la indiferencia

Desde hace algunas décadas se está engendrando un cambio en cuanto al concepto de viejo, así como al trato y consideración hacia estas personas. Del respeto y la deferencia hacia ellos en el pasado, por ser poseedores de conocimiento, hoy en día son tratados, en muchas ocasiones, como niños o menores de edad porque tienen sus facultades mentales disminuidas.

Si bien ante esto uno se pregunta hasta qué punto esta reducción de su capacidad mental es consecuencia del proceso de envejecimiento y hasta qué punto es debida a la falta de uso de la misma, por asumir ellos mismos las características que la sociedad adjudica a los viejos.

La sociedad, los medios de comunicación de masas, enfatiza Sol Tarrés Chamorro, los muestran jugando al dominó o a las cartas en los centros de jubilados, o cuidando a los nietos como actividades ‘propias’ de su edad, mientras que se presentan como excepcionales actividades que no tienen por qué serlas, por ejemplo la asistencia a centros de adultos, la utilización de las nuevas tecnologías, la apertura de cibersalas destinadas a la ‘tercera edad’, cuyo único requisito para entrar es tener más de 65 años, o mostrar a los ancianos embarcados en diversas aventuras deportivas o intelectuales. De modo que no solo se les está negando la capacidad de sus facultades sino hasta la ilusión.

Se considera a los viejos como personas que no saben, se podría decir que se les asigna estatus carente de roles definidos en la sociedad contemporánea, desplazándolos también de este modo de los sistemas de control y de poder, que pasan a manos de los ‘jóvenes’, a los que se atribuye mayores conocimientos académicos o técnicos en razón de los rápidos cambios que está viviendo nuestro mundo.

Eufemismos frente a las palabras reales

Las palabras como viejo o anciano están desapareciendo casi de nuestro lenguaje, siendo sustituidas, sobre todo en los medios de comunicación de masas y en el lenguaje ‘políticamente correcto’, por expresiones como ‘tercera edad’ o ‘nuestros mayores’.

En Iberoamérica se utiliza el eufemismo de ‘adultos mayores’. Esto, en el ámbito simbólico, es muy significativo, sobre todo por lo que supone de ocultación de la realidad, de marginación, es decir, como forma de exclusión social asociada al concepto de ‘retiro’.

Teresa San Román, en su libro de 1989, Vejez y cultura, considera que el proceso de marginación en la vejez “consiste en la progresiva exclusión de los ancianos de los espacios y recursos comunes, que se acompaña y alimenta por una formación ideológica que da soporte racional y justifica moralmente aquella suplantación como una negación de acceso atribuible a una supuesta incapacidad personal, que implica, en último término, la negación de sus atributos sociales de entidad personal”.

Esta negación de sus atributos sociales llega hasta el punto de que en diversos países, especialmente en Suramérica, se hayan propuesto programas al amparo de las organizaciones internacionales de salud, como es la OMS.

A través del lenguaje, reitera Sol Tarrés Chamorro, puede analizarse cuál es la consideración del viejo en la sociedad actual, tanto a pie de calle como en el ámbito institucional.

En este punto volvemos al principio, a la pregunta de qué se entiende en nuestra sociedad por viejo. Administrativamente se considera que la vejez comienza a los 65 años. Otras definiciones caracterizan a la vejez por una acumulación de trastornos crónicos y pérdida de autonomía funcional.

No obstante, y debido tanto a la heterogeneidad de este colectivo como al aumento de la esperanza de vida, desde hace un tiempo se habla ya no solo de una tercera edad, sino de una ‘cuarta edad’ para referirse a los mayores de 80 años, a los que se caracteriza como ‘ancianos frágiles’ por su vulnerabilidad.

La vejez puede ser tocada desde distintas perspectivas: desde el concepto social del tiempo, del papel de los viejos en la vida de las comunidades, en la vida pública. De igual manera, se puede hablar sobre las distintas teorías acerca de la vejez, según las distintas culturas, incluso, desde un punto de vista más novedoso en la actualidad: la vejez como patrimonio y los viejos como su fuente. El fin es devolverles su verdadero valor.

DATOS

Fuente: El Telégrafo / Palabra Mayor – 10/1/2015.
http://www.telegrafo.com.ec/palabra-mayor/item/viejo-la-palabra-que-merece-dignidad-y-respeto.html