Adolfo Acevedo Vogl (*)
Los milagros de crecimiento que se han producido hasta ahora han sido el resultado de la combinación virtuosa de dos procesos. Por un lado, el surgimiento de un bono demográfico (incremento del peso de la población en edades productivas) y un bono de género (incremento de la participación laboral de las mujeres), que determinan un periodo de rápido incremento de la población económicamente activa.
Por otro lado, un proceso de transformación estructural que hace posible que esta fuerza de trabajo encuentre ocupación en empleos de productividad elevada, y creciente. El proceso de transformación estructural significa que la fuerza de trabajo ocupada se transfiere desde sectores de menor productividad hacia sectores de mayor productividad, mientras la productividad propia o intrínseca de cada sector también se incrementa a través de la innovación.
Esto permite que porcentajes cada vez mayores del empleo en actividades de productividad cada vez más elevada, lo cual se traduce en un incremento sistemático de la productividad media de la economía.
La combinación de estos dos procesos fue el secreto que hizo posible los elevados ritmos de crecimiento que caracterizaron a esos milagros de crecimiento económico, en la medida en que determinaron el crecimiento simultáneo del empleo y la productividad, a tasas aceleradas, a lo largo de décadas.
Estos ritmos de crecimiento de la productividad a su vez implican altas tasas de inversión en capital físico y humano, y sobre todo, que la inversión se oriente hacia la modernización de las actividades existentes y la rápida diversificación hacia actividades de mayor complejidad.
Así, en Corea de Sur el bono demográfico y de género permitieron que la fuerza de trabajo ocupada creciera a una tasa promedio de tres por ciento entre 1960 y 1995, mientras que el proceso de acelerada transformación estructural determinó que la productividad creciera a un ritmo del 5.3 por ciento promedio. Como resultado, la tasa de crecimiento de la economía alcanzó un 8.3 por ciento como promedio anual.
Por su parte, las tasas de inversión en ese país se elevaron desde 13 por ciento del PIB en 1965 hasta el 29 por ciento en 1977 y al 40 por ciento en 1990.
La historia de América Latina es diferente: en la fase actual, caracterizada por el pleno despliegue del bono demográfico y de género, la fuerza de trabajo que se incorpora al mercado de trabajo está creciendo con fuerza, y el empleo también.
Sin embargo, en nuestros países se abandonaron las políticas de desarrollo orientadas a promover activamente el proceso de transformación estructural, mientras se promovía un proceso indiscriminado de liberalización y apertura.
Por otra parte, la tasa de inversión se ha mantenido en niveles del 20 por ciento del PIB, por debajo del 24 por ciento alcanzado en el periodo 1960-80, y la inversión en capital humano también está lejos de ser estelar. En este contexto, las empresas más grandes y modernas han adoptado estrategias defensivas para poder sobrevivir a la competencia internacional, implementando políticas de racionalización y modernización que, si bien les han permitido incrementos en su productividad, han reducido su capacidad de absorción de empleo.
Por esta razón, la población que se está incorporando al mercado de trabajo a ritmos acelerados está encontrando empleo, en una proporción creciente, en actividades del sector comercio y servicios de muy baja productividad, contrarrestando los aumentos en la productividad de las empresas modernas y presionando a la baja la productividad promedio.
Esto indica que nuestros países no están haciendo el esfuerzo requerido de aprovechar a plenitud la actual fase de bono demográfico y de género. Por ello corren el riesgo de arribar, en un par de décadas más, a la fase avanzada de envejecimiento de su población, en condiciones muy precarias.
(*) Economista
acevedo@ibw.com.ni
Fuente: La Prensa (Nicaragua) - 22/4/2014.
http://www.laprensa.com.ni/2014/04/22/activos/191560