Silvio Aristizábal Giraldo

Vivir es envejecer

Miércoles, 06 de Febrero de 2013

Canal: Envejecimiento y vejez

Vivir es envejecer. Este es un principio elemental que debería ser aceptado sin reservas por todos los seres humanos. Desde el momento en que empezamos a ser conscientes del transcurrir de nuestra existencia, deberíamos igualmente aprender que dicho transcurrir implica envejecer. Sin embargo, nos cuesta mucha dificultad reconocer esta verdad tan evidente, contra la cual conspiran distintos factores, algunos de los cuales se señalan a continuación:

De una parte, están las teorías predominantes sobre el desarrollo individual, las cuales presentan la vida como una sucesión de etapas claramente delimitadas y separadas una de la otra. De acuerdo con las citadas teorías, la niñez y la juventud son etapas de crecimiento que conducen a la edad adulta, en la que, supuestamente, se llega a la plena madurez. En ese momento el ser humano está en la cima. A partir de ahí empieza el declive, que va llevando – a unos más rápido que a otros - a la vejez y a la muerte.

Otro factor se deriva del valor que las sociedades contemporáneas le asignan a la juventud. Al respecto basta con una mirada somera a los mensajes que proyectan los medios de comunicación, los cuales señalan que el ideal por excelencia para todos los individuos consiste no sólo en ser, sino sobre todo, en permanecer joven. O, al menos, aparentar que se es. Y para ello es preciso recurrir a diferentes estrategias: las cirugías plásticas, los medicamentos que retardan o disimulan los efectos del paso del tiempo sobre el cuerpo y, en fin, la puesta en práctica de las más variadas recetas que ayudan a prolongar la juventud. Parecería que otra manera de ser o mostrarse joven se relaciona con el afán consumista que invade a la sociedad actual. Si la juventud es época de experiencias fugaces, de ausencia de rutina, nada mejor para vivir esas experiencias que convertirse en un consumidor, al cual, una vez satisfecho un deseo, no le queda más alternativa que desear y desear más.

Pero, tal vez, la razón más fuerte que impide aceptar la evidencia del principio vivir es envejecer, radica en la confusión entre envejecimiento y vejez. Esta confusión es común en la mayoría de las personas, incluso en profesionales de las ciencias sociales, humanas y de la salud, quienes por su formación deberían tener mayor claridad sobre un asunto de tan señalada importancia. Pero lo más grave es que quienes desde el Estado diseñan las políticas públicas sobre el envejecimiento y la vejez, caen en este reduccionismo lo cual explica por qué, la mayoría de las veces, dichas políticas se centran en proponer acciones de tipo asistencialista dirigidas a los mayores de sesenta años (a quienes eufemísticamente se les llama “personas de edad”, ¡como si los menores de sesenta no tuvieran edad!).

Urge, por tanto, distinguir estos dos conceptos precisando lo que se entiende por cada uno de ellos: el envejecimiento es un proceso inherente a la vida desde el nacimiento hasta la muerte. La vejez, en cambio, es el resultado del transcurrir de la vida y, si bien es cierto, que tiene relación con la edad, también lo es que depende fundamentalmente de las condiciones históricas y socio-culturales, de los entornos, en lo que se vive y envejece. Eso significa que el concepto de edad es relativo y que, en últimas, lo que cuenta no es tanto el tiempo vivido, como lo vivido en el tiempo. En esta perspectiva conviene advertir que la calidad y el sentido de la vejez no provienen del capricho de los dioses o de los azares del destino, sino que son el resultado de la forma como los individuos asumen su transcurso vital (vale decir, su proceso de envejecimiento), y de los contextos en los que se desarrolla su existencia.

Entender las diferencias entre estos dos conceptos es el primer paso para empezar a cambiar los imaginarios negativos sobre el envejecimiento y la vejez. Y, sobre todo, es la base para construir en cada país la política social sobre envejecimiento y vejez. Una política que, por supuesto, tenga en cuenta a los mayores de sesenta años, pero principalmente genere las condiciones requeridas para garantizar a los hombres y mujeres de todas las edades sus derechos políticos, sociales, económicos y culturales.

La educación y los medios de comunicación tienen aquí una tarea esencial: contribuir a cambiar las percepciones sobre el envejecimiento y la vejez, difundir el principio de que vivir es envejecer, de lo cual se sigue que la vejez es el resultado de la forma como vivimos y nos comportamos a la largo de nuestra existencia. Esta tarea es más apremiante hoy, cuando el envejecimiento de los individuos y de las sociedades constituye un hecho sin precedentes en la historia de la humanidad.

Fundación CEPSIGER para el Desarrollo Humano
3 de febrero de 2013

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