A pesar de todo lo que se ha trabajado sobre el imaginario social, parece persistir la idea de las personas viejas como un grupo homogéneo, asexuado y sin género. De hecho, los documentos que tratan el tema, en su mayoría los identifican como “los adultos mayores”. Solo en circunstancias específicas se establece la diferencia, pero suele quedarse en la referencia meramente demográfica.
Así mismo, existen organizaciones que trabajan con y por las mujeres, o en los temas de familia, que no tienen en cuenta el envejecimiento y la vejez como tema transversal a su plan de investigación o acción, desconociendo la incidencia de la problemática presente en la vida futura.
A propósito del segundo examen y evaluación del Plan de Acción Internacional sobre Envejecimiento –Madrid 2002- que evidentemente está próximo a cumplir una década, valdría la pena retomar los puntos específicos del Plan que se refieren a las mujeres de edad, así como los de las recomendaciones internacionales y de las políticas nacionales, e identificar sus desarrollos. Este es un momento que exige definir aspectos claves en la interlocución de la sociedad civil con las instancias del Estado, encargadas de garantizar los derechos de las personas de edad, y en este caso específico, de las mujeres viejas.
En este marco, habría que hacer especial mención a la cuestión del cuidado, porque es un rol que mantienen “en cabeza de las mujeres de todas las edades”, pero especialmente las adultas -que dicho sea de paso- están enfrentando sus propios encuentros o desencuentros con la vejez. Diferentes estudios relacionados con la “economía del cuidado” así lo han demostrado, subrayando que “en regímenes de bienestar de corte “familista” que son los que imperan en América Latina, un componente importante está a cargo de las familias, y en su interior, son las mujeres las que históricamente se han encargado de desarrollar esas tareas en forma no remunerada” (Salvador / IGTN/CIEDUR / 2007) pues es en ellas en quien recae especialmente el deber del cuidado. Sobre todo, a partir de la década del noventa, en la cual el Estado disminuyó considerablemente sus obligaciones en materia de previsiones, entregándoselas al mercado.
En relación con el envejecimiento poblacional, el cuidado ha sido vinculado directamente en estos últimos años, en razón de que no solo aumentan los porcentajes de población vieja, sino también los de dependencias, por diferentes formas de discapacidad o limitación. Sin desconocer los cambios y transformaciones que se presentan en el proceso de envejecimiento y la probabilidad de enfermar como parte del desarrollo vital, es necesario tener presente que más que ser un problema de “más años”, es el resultado de historias de vida con limitaciones, restricciones, falta de oportunidad, o enfermedades no atendidas o cuidadas debidamente, por no contar con los servicios adecuados, y en muchos casos, ni siquiera tener acceso a los servicios existentes. Esto significa una carga adicional en la ya compleja exigencia del cuidado. Con la salud como servicio público lejos del concepto de Derechos, esta situación se está haciendo aún más crítica.
En ese orden de ideas, es necesario retomar dos planteamientos importantes en el tema de la economía del cuidado (Salvador / IGTN/CIEDUR / 2007). El primero en relación con lo que significa la carga, pues en “en términos generales el aumento de la demanda de cuidado que se podría estar experimentando por el envejecimiento de la población, hogares monoparentales, fecundidad adolescente, estaría recayendo en las mismas mujeres que, a su vez, han incrementado su participación en el mundo laboral”.
El segundo, llama la atención sobre “la desatención que se ha prestado desde la política pública a la esfera del cuidado. Ha generado una mayor carga familiar (en particular en las mujeres con doble o triple jornada de trabajo) y sigue limitando las posibilidades de progreso social de las mujeres de menores recursos”.
Sin lugar a dudas, llegar a la vejez para las mujeres constituye un gran logro, y por eso es muy importante que este momento se convierta en una oportunidad de disfrute de derechos, pero en el escenario real en el que, además de lo expresado, un alto porcentaje de mujeres viejas se encuentra en condición de pobreza, es necesario que se minimicen los riesgos para evitar que lejos de ser un espacio de oportunidad se convierta en uno de incapacidad y dependencia.
Envejecer con derechos - Boletín CORV N°12
Enero – marzo 2011