Informaciones

Usos de la noción de relaciones intergeneracionales

Lunes, 09 de Noviembre de 2009
Estudios

PANEL CELEBRACIÓN 10 AÑOS RLG
Hacia una sociedad para todas las edades.
Experiencias Latinoamericanas de Relaciones Intergeneracionales.

Montevideo, 6 de octubre de 2009.

USOS DE LA NOCIÓN DE RELACIONES INTERGENERACIONALES
Mauro Brigeiro*


Quisiera compartir en esta intervención algunas reflexiones aun en construcción, por lo tanto preliminares y provisorias, acerca de la noción de “relaciones intergeneracionales”. Son ante todo, más preguntas que respuestas; me eximo de establecer definiciones y opto por abrir temas y problemas. Quiero tratar aquí, o mejor, lanzar cuestionamientos sobre el uso que hacemos de dicha noción, sobre las diferencias y diferenciaciones que son operadas cuando la evocamos. El propósito es llamar la atención para la variedad de sentidos que pueda abarcar esta noción y reflexionar sobre ella en el marco del lema “una sociedad para todas las edades”.

Estamos todos y todas reunidos aquí en la celebración de los 10 años de la Red Latinoamericana de Gerontología – RLG – porque poseemos algún interés en las “relaciones intergeneracionales”. Conforme la observación de los Planes de Acción de las conferencias y asambleas internacionales sobre envejecimiento, asimismo a partir de los debates desarrollados en el Encuentro del PRAM de Cáritas realizado en los últimos días en Montevideo y también considerando la publicación hoy de un libro de experiencias de trabajo intergeneracional por la RLG, ya tenemos algunos indicios de la importancia que tiene la propuesta de promoción de encuentros e interacción entre grupos generacionales para las orientaciones públicas y acciones programáticas a favor de los adultos mayores a nivel global y local.

Si es cierto que existe una clara reiteración de la importancia del acercamiento intergeneracional y algún consenso de la necesidad de promoverlo, cabe observar e indagar por las conjeturas y dinámicas que sostienen tal posicionamiento. A esta observación, sumo una pregunta: qué hay de nuevo ahí, considerando que el interés por las relaciones intergeneracionales se encuentra también en otros momentos históricos? Parto del principio que el tema se ha transformado en íntima relación con los cambios en las dinámicas familiares y del mundo laboral verificados en las últimas décadas.

Lo anterior presupone también que la defensa que hoy se hace de las relaciones intergeneracionales no obedece a un solo principio y a un mismo conjunto de necesidades. Más bien, parecen existir en la proposición del tema diferentes preocupaciones y reivindicaciones en circulación. En este sentido, es interesante observar a cada reivindicación las justificaciones dadas, las definiciones particulares – algunas veces discordantes – sobre los grupos generacionales en cuestión, quiénes son, sobre lo que significa vivir cada etapa o período de la vida delimitado, cuáles necesidades se ponen en relieve y qué problemas se deben enfrentar.

Deseo destacar aquí el carácter contingente, histórico y político en el empleo de la noción de relaciones intergeneracionales. Para empezar, me ayuda a ilustrar esta tesis recordar que a finales de los años 60 hablar de relación intergeneracional era poner un énfasis sobre el conflicto, sobre diferencias irreconciliables entre grupos de edad. No pocas veces, en aquel entonces, la demarcación de la diferencia instauraba una apuesta sobre la ruptura y una apertura a la novedad. Independiente de las valoraciones dada a los cambios sociales, la juventud era generalmente la insignia de la renovación y las generaciones mayores los bastiones de las tradiciones. Hoy, curiosamente, la diferencia generacional ha sido exaltada además como factor de riqueza de los vínculos sociales. Supongo que actualmente la mención a las relaciones entre generaciones desde una metáfora de ‘suma creativa’ se hace con vigor y progresivamente. Si eso es cierto, la narrativa del conflicto de los años 60s estaría dando lugar a una versión de integración y complementariedad entre los grupos generacionales.

Las razones por las cuales se valora las relaciones intergeneracionales en debates públicos y documentos oficiales hoy es un tema definitivamente complejo y sería ingenuo considerar que promoverlas significa algo bueno en si mismo: se trata, más bien, de una apuesta conjetural.

Antes de seguir con el análisis y comentarios acerca de la utilización de esta noción, quisiera brevemente aclarar mi posición al respecto. Soy favorable a la utilización estratégica de la noción de relaciones intergeneracionales y reconozco ventajas al acento positivo que progresivamente le impregnamos. Utilizarla redunda en una maniobra política que juzgo interesante para generar solidaridad e identificación en el marco de lo que se suele llamar una “política de la diferencia”. Sin extenderme demasiado en teorizaciones, estoy a referirme a una estrategia de petición de equidad basada en el reconocimiento y en la afirmación de las diferencias. Dicho sea de paso, el empleo mismo del concepto de “generación” ya indica como premisa diferencias entre grupos. Abogar por las “relaciones intergeneracionales” es, según mi punto de vista, hacer política para defender derechos y necesidades especiales, y a principio considero este un esfuerzo pertinente.

Mi apreciación positiva está condicionada a que la elaboración de un discurso de la diferencia entre las generaciones no sea recalcada para sobreponer una a otra, en términos de valores, sino que permita la aproximación. Veo como interesante que el fomento de las relaciones intergeneracionales tenga como principio y fin garantizar igualdades de condiciones sin anular las diferencias entre los sujetos, promoviendo identificación y, consecuentemente, solidaridad. Reconozco la fuerza que puede tener esta propuesta especialmente para desestabilizar situaciones de vulnerabilidad a la que pueden estar expuestas personas de mayor o menor edad, situaciones que muchas de las veces reflejan la consecuencia de un proceso vital atravesado por desigualdades en el acceso a privilegios o bienes materiales. Lo mismo es válido para la vulnerabilidad condicionada por condiciones de desventaja impuestas por un envejecimiento materializado por limitaciones físicas en contextos de creciente exigencias de autonomía.

No obstante las válidas intenciones, la justificación de las necesidades especiales para grupos específicos requiere frecuentemente el empleo de una argumentación apoyada en generalizaciones y determinados esencialismos sobre que lo significa ser viejo, lo que sea la vejez, la juventud, cómo son y cómo podrían ser las relaciones de las personas mayores con personas de otras edades, sobre las diferencias entre una y otra generación, sus condiciones de vida, experiencias y hasta mismo sobre la delimitación de fronteras entre tales grupos. Éstas son encrucijadas y posibles contradicciones relativamente conocidas cuando se trata de promover acciones afirmativas en defensa de grupos considerados vulnerables. En este marco, me parece pertinente y bienvenida una mirada cuidadosa sobre el tema. Propongo analizar “las relaciones intergeneracionales” como un elemento de un proceso más amplio de fuerzas sociales, de modo a desmitificar verdades absolutas sobre el tema del envejecimiento y dimensionar que las cuestiones que nos animan para la reflexión y la acción están lejos de ser triviales.

Menciono ahora mis preguntas centrales: Qué aspectos, condiciones, necesidades, desventajas y fortalezas son recalcadas -en nuestras acciones y discursos- sobre los grupos de edad con los cuales trabajamos o estudiamos? Con base en qué características definimos y diferenciamos los grupos generacionales cuyas relaciones tanto no interesa? Qué otras marcas de diferenciación social pueden ocultarse en nuestras argumentaciones a favor de generar acercamientos intergeneracionales (género, clase, origen étnico, racismos…)? En últimas, qué se busca con los esfuerzos de aproximación de tales grupos?

Retomo la última de las preguntas. Si su respuesta es estrechar lazos que están flojos o distantes, partimos de un principio de que hay rupturas. Por otra parte, afirmar que tales relaciones ayudan a redimir la soledad de los mayores acciona a la vez la premisa de que las personas adultas mayores están solas. Advertir que hay que recuperar la capacidad que tienen las personas adultas mayores para contribuir al desarrollo de la sociedad, presupone muchas de las veces el interés y la capacidad de estas personas para hacerlo. De aquí, nuevas preguntas se abren: en qué condiciones específicas una y otra afirmación se aplican? Qué hombres y mujeres viejas están solos, necesitando de apoyo de las generaciones más jóvenes y requiriendo reconocimiento? Ellos y ellas sí quieren reconocimientos? en caso afirmativo, de qué tipo? Qué clase de acercamiento esperan de las generaciones más jóvenes?

Tales preguntas no son irónicas, tampoco al hacerlas pretendo abogar por un particularismo infinitesimal. Trato solamente de reproducir tensiones comunes de las políticas de identidad, como se presentan de forma similar en el debate sobre género o en las acciones del movimiento negro, para citar dos ejemplos destacados. Estas tensiones indican, por un lado, un conjunto de esfuerzos de homogenización identitaria, sustentados por argumentaciones a favor de un determinado grupo cuyas necesidades y delimitaciones son presentadas como coherentes y unívocas. Por otro, están las críticas contra imágenes preconcebidas y estereotipadas sobre lo que significa la experiencia de las personas categorizadas en estos grupos o que no son sensibles a la diversidad y las particularidades. No tengo la pretensión de desarrollar las respuestas a estas preguntas; espero a través de ellas solamente disparar la reflexión.

En las experiencias incluidas en libro que la RLG lanza hoy, bien como las reseñas de libros y artículos presentados en la publicación, se puede encontrar diferentes motivaciones y justificaciones para trabajar con el tema de las relaciones intergeneracionales. Por ejemplo, rescatar y ayudar a preservar, para futuras generaciones, tradiciones culinarias e historias de festividades, o mismo tradiciones religiosas. Hay también la afirmación de defensa por aprovechar el potencial que tienen adultos mayores para la labor educativa formal e informal. Lo que parece ser común a las experiencias reunidas en el libro es la máxima de que tales encuentros favorecen el apoyo social de los más jóvenes a los mayores y vice-versa. En la experiencia colombiana, de alojamiento intergeneracional, por ejemplo, adultos y adultas mayores, con intermediación de la universidad, dan acogida en sus casas a estudiantes que llegan de provincias para estudiar en la capital y reciben una compensación económica para ello. Las ventajas evidenciadas por el proyecto subrayan la potencialidad de intercambios afectivos y de ayudas mutuas propiciadas por la experiencia. De necesidades afectivas se comenta también en la experiencia de la Comunidad Israelita del Uruguay; señoras que en general no tenían nietos y nietas, ganan nietas adoptivas para quienes pasaran a representar un modelo y alguien que les transmite valores. En el caso argentino, la iniciativa desarrollada busca también valorar la contribución de personas mayores en la educación de los niños y niñas.

Se tratan de experiencias ejemplares de cómo la idea de relaciones intergeneracionales se ha empleado para responder a necesidades varias, puestas en determinado escenario social. Es exactamente por ello que fueron elegidas en el concurso de la RLG y seleccionadas para componer la publicación. Y precisamente por ser ejemplares, las traigo a colación para ilustrar la diversidad de formas y usos de las “relaciones intergeneracionales” que de ellas se despliegan.

En aras de conclusión, cabe aquí una observación tangencial: es instigador y curioso que la propuesta de promoción de las relaciones intergeneracionales sea mayormente promovida en los contextos y espacios preocupados por la situación de las personas adultas mayores. Por lo menos en los términos en que normalmente encontramos en los proyectos para adultos mayores y en los documentos resultantes de las asambleas internacionales sobre el envejecimiento, este interese es menos privilegiado cuando se proponen políticas públicas para jóvenes. Y eso se da aunque se reconozca que ambas las generaciones sean beneficiadas a través de tal acercamiento.

Quisiera sobretodo resaltar que estos intercambios y el optimismo con que se los reconoce están condicionadas a situaciones específicas. En ciertos casos, al afirmar su potencialidad positiva, no siempre identificamos que hay determinadas diferenciaciones sociales que pueden, no solo de favorecer, sino también obstaculizar el acercamiento intergeneracional, como lo son los marcadores de clase y las lógicas de género. Aquí hay un camino de reflexión interesantísimo por explorar.

Otro aspecto a resaltar cuando se trata de pensar las relaciones intergeneracionales y la construcción de una “Sociedad para todas las edades” es la posibilidad de diferenciaciones al interior de los grupos generacionales. Además de propiciar el encuentro entre las generaciones, es importante no olvidar del desafío de favorecer situaciones sociales en que las diferencias se puedan expresar incluso entre las personas de misma edad.

En el marco de construir una sociedad plural y que haya garantía de solidaridad e integración, hay que considerar especialmente la juventud y la vejez como expresiones abiertas a la resignificación. Si se trata de crear espacios propicios para tanto, estos deben ser sensibles a la emergencia de significados y expresiones no previstos y que vengan eventualmente a ampliar los sentidos asociados al ser joven o viejo.

Finalizo subrayando la importancia de no trivializar las categorías de trabajo que hemos adoptado. Al mirarlas desde adentro, del uso que hacemos de ella, es posible el reconocimiento de las contradicciones advenidas de su operacionalización. Las relaciones intergeneracionales suceden a diario en la vida cotidiana, de forma no siempre consciente por los sujetos, aparentemente espontáneas. Al promoverlas conscientemente, es pertinente no desconsiderar que el intento de estimularlas y conducirlas en nuestros discursos y acciones es una estrategia compleja y que exige atención constante a sus posibles implicaciones.

*Mauro Brigeiro es psicólogo y antropólogo brasileño.